Lo jodido no es que «La Reconquista» fuera una película interesante a priori… Lo jodido es que lo de Jonás Trueba es un tiro por la culata.
En uno de los pasajes más románticos de «Tres Recuerdos de mi Juventud» (de Arnaud Desplechin), Paul Dedalus camina al amanecer junto a Esther. Un trayecto de casa a casa que es en sí mismo un viaje en el tiempo, una divagación sobre el pasado reciente de su protagonista y su repercusión en el momento presente. La emoción personal, la intrahistoria íntima y cómo afectará a la relación de pareja (justo por empezar) se dan la mano y definen en un lapso breve de tiempo el tono, la relevancia y las consecuencias futuras de dicha relación. Desplechin filma dicha secuencia teniendo siempre presente, en lo que respecta a planificación, iluminación y movimientos de los personajes, al espíritu de Truffaut. O ampliando el foco: a la concepción cinematográfica de toda una generación, a sus bases fundacionales.
Y es que la Nouvelle Vague podría definirse, a la gramsciana manera, como aquel movimiento que entendía y filmaba el claroscuro entre un viejo mundo muriéndose, el de la Francia post Segunda Guerra Mundial, y uno nuevo que estaba por aparecer, el de la Revolución del Mayo del 68. En ese lapso, la Nouvelle Vague conseguía ser una correa de transmisión entre realidad y ficción, dotando de suciedad cotidiana a lo idílico fílmico mientras la realidad adoptaba tintes de la magia, de lo mítico de la ensoñación romántica del movimiento cinematográfico. París como icono, su juventud como modelo a imitar, sus inquietudes como un paradigma universal no sólo con el que soñar, sino como elemento definitorio de una generación.
No cabe duda que Jonás Trueba, cuya filiación al movimiento es indiscutible (esencialmente en lo que a Rohmer atañe), sigue viviendo esa ensoñación. Sus métodos y su mensaje se enfocan claramente en esa dirección. En recrear ciertos modelos emocionales, en dibujar espacios que conviertan el espacio contextual hiperrealista en ensoñaciones idealistas. En definitiva, de hacer de lo cotidiano, de la existencia y sus emociones un lugar casi útopico, de hacer del dolor amoroso y del paso del tiempo algo tan duro como deseable. Este es el catálogo de intenciones del Sr. Trueba… Unos deseos, sin embargo, que se trasladan a la pantalla en lo que viene siendo un tiro por la culata.
Muchas son las ideas, tanto visuales como argumentales, que podrían atraer en «La Reconquista«, su última película, si nos quedáramos en un plano meramente conceptual, en la teoría de las cosas. La realidad, sin embargo, es que asistimos a una auténtica empanada cinéfila, un volcado de influencias varias que van desde la ya mentada Nouvelle Vague hasta Hong Sang-soo pasando por un amago de linklaterismo un tanto descafeinado.
Hay un profundo desequilibrio en «La Reconquista» entre lo que debería ser un autor con personalidad, cuyo poso cinéfilo se filtrará a través de imágenes con entidad propia, y una cierta autoconsciencia de “auteur” que es lo que le gustaría ser en realidad a Jonás Trueba. Sus imágenes pretenden ser tan trascendentes, tan fundamentales, que acaban por convertirse en parodia de sí mismas, víctimas de un ataque de autoritis que convierte todo lo que toca en una colección de imaginería mental de dudoso traslado a la pantalla. Siempre con la necesidad de subrayar, sea mediante el color, sea mediante momentos musicales (bochornosos) lo que pasa por la mente y corazón de sus protagonistas.
Todo suena a impostado en «La Reconquista«, los diálogos y los silencios. Hay una nostalgia falsa (y cronológicamente desacertada en cuanto a vestuario y referentes, además) y una reverberación presente sonrojante. El díptico que nos plantea Trueba podría fácilmente encontrar su eco en el «Ahora Sí, Antes No» de Hong Sang-soo, certero pero mal digerido y pésimamente reinterpretado. Es como si en la figura de Trueba se produjera una fractura entre lo que le gustaría y lo que ofrece. Y el abismo creado en dicha grieta es, por desgracia, abismal.
En definitiva, estamos ante un film con pretensiones que acaba en pretencioso, una película que báscula entre la nostalgia no vivida de libro de fotos de Taschen y la definición de un angst generacional que ya definió mejor que nadie Matt Groening en el capítulo «Homerpalooza» de «Los Simpson«.
«La Reconquista» es, pues, un greatest hits de las pasiones cinéfilas de Jonás Trueba trasladadas de forma chapucera e hiperbólica a la gran pantalla. Una muestra de falta de (di)gestión de lo narrativo en favor de lo obsesivo, de la preponderancia del trazo grueso mental frente a lo delicado de la planificación. Una pequeña vergüenza. Un absoluto desastre.
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