Las películas de J.A. Bayona y Jonás Trueba no convencen en el Festival de San Sebastián 2016… Por suerte, otras sí que han fascinado. Y mucho.
Uno de los nombres imprescindibles de la sección Perlas de este Festival de San Sebastián 2016 ha sido el del prolífico François Ozon, que ha presentado “Frantz”. Alejada del contexto social que mostraba en sus últimas obras (“En la Casa”, “Joven y Bonita” o “Una Nueva Amiga”), “Frantz” supone un volantazo en lo argumental con respecto a la filmografía previa de su autor y nos sitúa en Alemania tras la I Guerra Mundial, donde la aparición de un soldado francés causa una pequeña conmoción emocional en la familia de un combatiente alemán fallecido en el campo de batalla.
El director francés, a pesar del aparente cambio estilístico y argumental, como decíamos, vuelve a trazar con líneas elegantes lo que mejor se le da últimamente: crear un juego de intrigas y equívocos entre los propios personajes de la obra pero también de los personajes hacia el espectador, en una especie de doble ficción. La ambigüedad de la relación entre el soldado francés y el alemán está perfectamente hilvanada hasta su desenlace mediante flashbacks coloreados, que contrastan con la sutileza y la bellísima sobriedad en blanco y negro que presenta la trama principal.
Esta una película que se empeña en encuadrar la belleza de forma milimétrica, casi engañosa, mostrando una posguerra de los sentimientos idílica, maravillosamente falsa. Y mientras Ozon siga filmando así, por lo que a mí respecta, pienso seguir cayendo cuantas veces sean necesarias en sus falacias narrativas.
Y si Ozon es uno de nuestros autores predilectos que podríamos considerar como clásicos del festival, no lo es menos Hirokazu Kore-eda, quien tras haber presentado aquí sus dos anteriores obras, “De Tal Padre, Tal Hijo” y “Nuestra Hermana Pequeña”, ha hecho lo propio en la presente edición con su nueva cinta, “Después de la Tormenta”. En ella, Kore-eda retoma el estudio de la familia japonesa que lleva poniendo en práctica desde diferentes prismas en prácticamente toda su filmografía.
En esta ocasión, el punto de vista se sitúa en un padre separado con ciertos apuros económicos y en la relación que establece con su madre, su hijo y su exmujer. La relación madre-hijo-nieto planteada aquí inmediatamente nos transporta a la estupenda “Still Walking”. No parece de hecho casual que Hiroshi Abe repita aquí como protagonista, o que Kore-eda vuelva a sacar a la luz el recurso simbológico de la mariposa como espíritu del ser querido. Sin embargo, la gravedad tonal de “Still Walking” queda aquí velada por un barniz de comedia amable, de una “emocionalidad” más liviana, que se de alguna forma se acerca a la naturalidad de “Nuestra Hermana Pequeña”.
Sea como fuere, la buena noticia es que Kore-eda sigue aportando muestras de buen cine, cada vez más humilde si se quiere, pero que nos parece todavía de suma importancia para entender la cinematografía oriental actual desde el reflejo del cine japonés clásico.
Tras esa especie de torpe broma privada que a mi entender supuso “Los Exiliados Románticos”, Jonás Trueba parece seguir empeñado en forjarse un nombre como el gran cineasta de lo cursi. Porque, efectivamente y para sorpresa de nadie, “La Reconquista” es rematada y descorazonadoramente cursi.
Trueba divide su nueva película en dos segmentos para narrar en sentido cronológico inverso el enamoramiento y el reencuentro quince años después de una pareja. Ambos segmentos adolecen de una moderada cursilería y de una ligera petulancia en sus diálogos, en sus situaciones e incluso en su puesta en escena, que me impiden empatizar de forma sincera con los personajes. Es verdad que en el segundo segmento, el de la pareja adolescente, se adivina una cierta sensibilidad entre tanta sensiblería a la hora de extraer la pequeña complejidad de las relaciones a tan temprana edad, pero el primer segmento directamente no hay por dónde cogerlo.
Una hora de autoparodia sin frenos, con serios apuros de contención (a Trueba se le vuelve a ir la mano con el énfasis del cancionero emocional transcrito en su narración, con tres canciones seguidas interpretadas en directo por Rafael Berrio, que te hacen sospechar si no estarás viendo realmente un DVD musical), que aniquila el poder de la imagen -qué poco parecen querer al cine algunos cineastas- para cederlo todo a la palabra, cuando el gran problema es que en gran parte de “La Reconquista” las palabras son una retahíla de vacuidad, de tópicos innecesarios, de sensibilidad Ikea.
Entiendo que “La Reconquista” tenga su público, adolescentes espirituales puros de corazón y con avidez para emocionarse. De hecho me parece una mejor película que “Los Exiliados Románticos”, pero incluso sus más fervientes seguidores me reconocerán que ver esta película y no sonrojarse en determinados momentos supone un desafío mayúsculo.
También me ha dejado frío “Un Monstruo Viene a Verme”, la esperadísima y celebrada nueva película de J.A. Bayona. Y, qué demonios, ante una película que nace, vive y muere con la única finalidad de escarbar inmisericordemente en los sentimientos del público, obtener como resultado la frialdad del espectador solo puede considerarse un fracaso. Un fracaso de J. A. Bayona como director o un fracaso del abajo firmante como persona; eso aún no lo tengo claro.
“Un Monstruo Viene a Verme” se enmarca en la tradición de fábulas infantiles donde un niño escapa de la realidad -en este caso la enfermedad de su madre- mediante la creación de un mundo imaginario que se desborda e infiltra la realidad, algo que acertó a retratar Spike Jonze de forma notable y bastante más compleja en la aún reciente “Donde Viven los Monstruos” a partir del libro de Maurice Sendak. En este caso, el problema de la película parece justamente eso, su falta de sutileza y de complejidad elaborando la historia a partir de imágenes muertas, desprovistas de todo impacto o significado (los planos de las manos de madre e hijo, Felicity Jones y Lewis MacDougall, tocándose parecen extraídas directamente de la campaña de publicidad de la temporada 2014 de Sanitas), que lastran el impacto dramático de la cinta.
Termino con la que, por lo que a mí respecta, me parece una de las películas más importantes que se van a ver en la presente edición del festival: “A Lullaby To The Sorrowful Mystery” de Lav Diaz. De alguna forma, es imposible desvincular las particularidades del film en cuanto a su duración (algo, por otra parte, que no resulta ajeno a gran parte de la obra de Diaz) con la impresión final que deja la película en el espectador. Lejos de ser un lastre, las más de ocho horas de metraje se integran como un elemento más a la hora de construir la grandiosidad de la película.
Como en “Las Bodas de Caná” de Veronese, la magnitud dimensional de una obra es también un factor a la hora de causar impresión en quien percibe dicha obra. “A Lullaby To The Sorrowful Mystery” narra dos peregrinajes en distinto espacio y tiempo: el de un grupo encabezado por Gloria de Jesús en busca de Andrés Bonifacio, su esposo desaparecido, líder del movimiento Katipunan para la independencia filipina, y el de un intelectual revolucionario herido trasportado por varios hombres en busca de un médico.
Diaz se vale de estos dos viajes en el tiempo y el espacio, de paso parsimonioso y enfermizo, que a veces parecen constituir una pesadilla circular sin un punto claro de avance o salida, para construir el recuerdo de un país en claroscuro, creando una especie de nueva mitología a partir de los personajes reales que aparecen o se mencionan en la obra. El cineasta filipino se arma de todos los recursos necesarios (sí, la extensión de la película, pero también el formato de pantalla -1.33:1- o la fotografía en blanco y negro sobrecontrastado) para crear con su película una sensación de confusión en paralelo al paso perdido de sus protagonistas, de asfixia en parajes naturales expresionistas, de perplejidad ante la iconografía -social pero también religiosa- que nos presenta Diaz en la cinta.
Más fantasía cronográfica que cine etnográfico, la fascinante “A Lullaby To The Sorrowful Mystery” propone, por intentar abarcar en una sentencia lo inabarcable, una ley estética de la memoria histórica, y coloca definitivamente a su director (con Reygadas, con Gomes, con Weerasethakul, entre otros) como uno de los autores que más importantes a la hora de establecer la simbiosis entre parámetros narrativos y fotogénicos del cine contemporáneo.