Permitid que parafraseemos a Shakespeare cuando os decimos que el reciente Paredes de Coura 2016 ha sido un sueño de cuatro días de verano.
El rótulo con el que se topaban los asistentes a la edición 2016 del festival Paredes de Coura, colocado a medio camino entre el pueblo del que toma su nombre y el valle en el que la vida parece detenerse durante varios días dentro de una burbuja (mucho más que) musical, mostraba una elocuente y hospitalaria frase: “Bienvenidos al escenario de todos los sueños”. Unos metros más abajo, justo antes de llegar a la playa fluvial do Taboão, donde el río Coura se convierte en un paradisíaco remanso de convivencia, se encontraba el otro eslogan del certamen del norte de Portugal, formado por letras luminosas colgadas del umbral de entrada al recinto de conciertos: “Comienza a soñar”.
Quedaba claro que el objetivo del Paredes de Coura 2016 consistía en introducir a su público (más heterogéneo que nunca) en un espacio físico y acotado pero en el que era posible dar rienda suelta a la imaginación y ver cumplidos mil y un deseos festivaleros derribando cualquier barrera natural. De hecho, esta sensación que se respiraba en el ambiente antes y a lo largo del Paredes de Coura 2016 se vinculaba directamente con el esfuerzo del evento por promocionar y difundir las bondades de la villa y la comarca en las que se ubica en colaboración con el gobierno local bajo otro significativo lema: “Coura sin paredes”.
Este punto de partida buscaba hacer del capítulo de este año del Paredes de Coura uno de los más destacados de su historia, propósito que se antojaba complicado dado el balance de su anterior edición, la más concurrida de sus más de veinte años de trayectoria. Sin embargo, esta vez la cita lusa pretendía sobresalir por la calidad antes que por la cantidad para asentar una marca corporativa que reforzó tanto su espíritu de concordia y de simbiosis con el área en que se desarrolla como su identidad visual, que presentaba un atractivo diseño con guiño a David Bowie (un ojo atravesado por un rayo) incluido.
Así, sin necesidad de alcanzar las cifras de público de 2015, la palpable mejora de los servicios permitió que la opinión general fuese satisfactoria, un pensamiento positivo que se trasladó al principal alimento del festival: las actuaciones de los grupos que pasaron por los palcos Vodafone, Vodafone.FM y After Hours.
Eso sí, a priori, la variada programación del Paredes de Coura 2016 no poseía el relumbrón de ediciones recientes, más allá de incluir a LCD Soundsystem como gran atracción exclusiva. En este sentido, sobre el papel se echaba de menos la poderosa clase media que en otras ocasiones había logrado igualar el nivel de determinados cabezas de cartel, aunque no faltaron las confirmaciones en vivo de las virtudes de varias bandas que están dictando el paso en ciertos estilos actualmente ni las sorpresas en forma de referencias que, tapadas entre la amplia nómina del festival, llamaron la atención por su despliegue sobre las tablas.
Otro detalle que sorprendió a los miembros de esta casa fue comprobar cómo se justificaba a través de su conexión con la audiencia portuguesa la condición protagónica de ciertos nombres (como Cage The Elephant o Portugal. The Man) que, sin ir más lejos geográficamente, a este lado de la frontera no pasarían de ser incluidos en un pelotón secundario. Pero, pese a no comprender al 100% la idiosincrasia musical de los aficionados lusos, se ratificaba igualmente la capacidad del Paredes de Coura de ofrecer una muestra de las tendencias sonoras que se siguen con más fervor en Portugal sin caer en la rutina de otros certámenes internacionales del país vecino de similar e incluso mayor tamaño.
MIÉRCOLES 17 DE AGOSTO: Una dimensión paralela
Como suele ser habitual en el Paredes de Coura, la jornada inaugural sirvió para que los presentes se aclimatasen a las condiciones del lugar y preparasen sus oídos para recibir adecuadamente el torrente musical que estaba al caer. Una doble tarea que resultó sencilla, primero, por el sol reinante que había logrado disipar una amenazante lluvia matinal. Segundo, gracias al ambiente jubiloso que recorría tanto el valle como las calles de pueblo courenses desde los días previos debido a la celebración de las fiestas grandes municipales. Y, tercero, porque iban a aparecer dos de los platos fuertes del certamen: Unknown Mortal Orchestra y Minor Victories.
PALCO VODAFONE. Aunque, antes, actuaría como aperitivo el primero de los grupos locales: We Trust, que se acompañaron de los Coura All Stars (jóvenes alumnos de música de la zona que formaron una vistosa orquesta y un numeroso coro) para abrir el escenario principal con una aplaudida propuesta basada en el pop colorido y abierto a toda clase de públicos de la banda portuguesa.
A continuación, Best Youth, desplegaron con finura su pop electrónico sugerente, de halo ochentero y ejecutado con el magnetismo de la complicidad chico / chica establecida entre Ed Rocha y Catarina Salinas.
Ya en plena noche, la luna llena que presidía el cielo courense se había engalanado para alumbrar la salida de Minor Victories. Un decorado que encajaba a la perfección con las cualidades sonoras que distinguen al súper-grupo compuesto por Rachel Goswell (Slowdive), Stuart Braithwaite (Mogwai, a quienes pertenece también Martin Bulloch, su refuerzo a la batería) y Justin Lockey (Editors), cuyos diferentes orígenes estilísticos condensados en su disco de debut, “Minor Victories” (Play It Again Sam, 2016), se potenciaron en directo mediante un feedback eléctrico activado sin contemplaciones por Stuart desde el bombástico cuarteto inicial “Give Up The Ghost”, “The Thief”, “A Hundred Ropes” y “Cogs”.
Para completar la jugada, Rachel, además de aportar su magnética voz -con un registro más amplio e impetuoso que el acostumbrado en Slowdive-, también cogió su guitarra y se sumó a la robusta sección rítmica que construyó una catedral de sonido compacto, repleto de melodías sinuosas oscilantes entre el dream-rock más intenso y la ensoñación más delicada y sacudido por shoegaze clásico envuelto en espirales de alto voltaje. El apogeo de tal proceso llegaría con la sublime “Scattered Ashes (Song For Richard)”, arrebato épico interpretado bajo una cascada eléctrica que se extendió a “Out To Sea”, desenlace ruidoso que parecía no querer silenciarse y que puso el broche a un concierto salpicado de momentos mayestáticos gozados en otra dimensión.
Lo mismo se esperaba de Unknown Mortal Orchestra, sobre todo al recordar su asombrosa intervención en el escenario secundario del festival tres años atrás y al tener en cuenta su crecimiento desde entonces impulsados por su último álbum, “Multi-Love” (Jagjaguwar, 2015). Dicha progresión se constató por la expectación creada en el anfiteatro natural del recinto y por la madurez y alta fidelidad de su sonido, adaptado totalmente a la paleta funk-soul siempre del gusto del grupo pero que ahora embadurna su repertorio de cabo a rabo. Con todo, esa mayor prestancia sonora eliminó cualquier opción a la sorpresa: si en aquel estreno en Paredes de Coura habían desarmado oídos por su espontaneidad psicodélica, esta vez daba la sensación de que la improvisación estaba calculada.
De hecho, el virtuosismo de Ruban Nielson a las seis cuerdas no evitó que las maniobras de su banda resultasen convencionales por mucho que estirasen, reconstruyesen y desfigurasen de manera paroxista varios segmentos de sus temas. Eso sí, a su favor hay que anotar la labor de su teclista, que dio cuerpo funk a las piezas más dinámicas (“From The Sun”, “How Can You Luv Me”, “Ur Life One Night”) y enriqueció con tonos soul las canciones más lubricadas (“So Good At Being In Trouble”, “The World Is Crowded”).
Por otro lado, Nielson mostró una actitud firme, despendolada y alejada de su ensimismada concentración de antaño, que hizo que se lanzara literalmente al público y se moviera sin parar sobre las tablas como si intentara disimular la reducción de los matices que hacen de su voz un elemento peculiar, algo que se apreció en “Multi-Love”, “Stage Or Screen” y una fortalecida “Can’t Keep Checking My Phone” que cerró un directo que adoleció, insospechadamente, de falta de naturalidad.
Todo lo contrario a lo ofrecido por Orelha Negra, colectivo luso que recurrió a samples vocales, scratches e instrumentación real para crear sobre la marcha temas hip hop, funk y R&B de ritmo burbujeante que incitaron al baile en la ladera iniciada la madrugada.
[/nextpage][nextpage title=»Jueves 18″ ]JUEVES 18 DE AGOSTO: Tú querías un hit…
Un cielo despejado y un cortante calor veraniego presagiaban que el jueves iba a ser el día grande del festival. No en vano, esa noche saldría a escena la principal atracción del festival: los resucitados LCD Soundsystem. Sin llegar a la cota de euforia que se apreciaba el año pasado durante las horas previas a la actuación de los anhelados Tame Impala, sí que flotaban en el aire las ansias y la curiosidad por ver cómo se materializaba el comeback en directo del grupo neoyorquino. Hasta que llegara a ese momento, la jornada transcurriría bajo una calma que se iría rompiendo progresivamente.
ESCADÓRIO DA IGREJA DO ESPÍRITO SANTO. Para tranquilidad y pachorra, la de Ryley Walker en la segunda Vodafone Music Session del certamen (la primera la habían protagonizado en la víspera Best Youth en la fábrica de calzado Kyaia). Claro que el pobre hombre aún estaba acusando los efectos del día anterior, multiplicados por la solana del mediodía que caía sobre los presentes. Pese a ello, imbuido por la belleza del lugar y pertrechado con su guitarra acústica, despachó con gusto su folk introspectivo de largos desarrollos sin abandonar su flema simpática ni su talante (personal y musical) slacker.
PALCO VODAFONE.FM. Difícil papeleta la de Joana Serrat, única artista española en esta edición: levantar el telón del escenario cubierto y comenzar la presentación de su nuevo álbum, “Cross The Verge” (El Segell del Primavera, 2016), ante una audiencia testimonial. Menos mal que, con el paso de los minutos, mejoró el panorama y la cantautora catalana pudo transmitir con delicadeza y dulzura bajo una agradable atmósfera su repertorio anclado en el folk-pop detallista, interpretado con mimo y salpimentado de ritmos de dinámica variable (pasaba del movimiento brioso a la parsimonia sensible con facilidad) y algún que otro pellizco eléctrico.
Después de que Bed Legs levantaran al personal con su rock blusero, Algiers hicieron lo propio encendiendo la dinamita de su art-rock contestatario y post-punk afilado. Guiados por un volcánico Franklin James Fisher, los de Atlanta exprimieron la visceralidad de su poliédrico sonido, tan enérgico como anguloso, vitaminado por martillazos electrónicos y guitarras ardientes y alimentado por un mensaje marcadamente politizado que golpeaba por igual neuronas y estómago.
Shura aterrizó en Paredes de Coura como sustituta a última hora de la forzosamente ausente Sharon Jones. Pero su cometido no era rellenar el gran hueco dejado por la norteamericana, sino ofrecer una buena ración de electropop que calentara las extremidades antes de la salida de LCD Soundsystem. Propósito que consiguió tirando de ágiles melodías sintéticas de fragancia juvenil, baladas y medios tiempos de pop casi adolescente y tecno-bubblegum-pop que se pegaba al oído mientras el gentío se divertía sin complejos.
PALCO VODAFONE. Ryley Walker, ya en el valle, electrificó su discurso reforzado por su banda habitual. En determinados tramos, sin embargo, daba la sensación de que su folk-rock con tintes jazzísticos traducidos en extensos meandros instrumentales y solos guitarreros se dispersaba en medio de la enormidad del escenario y el espacio del palco Vodafone. Eso sí, su propuesta intimista y reposada invitaba al disfrute relajado y a la liberación mental sobre la hierba del anfiteatro natural.
Whitney también incitaron a dejarse llevar por la calidez vespertina gracias a su agradable pop de ribetes folk-rock y soul lleno de detalles que la numerosa (siete miembros) banda comandada por Julien Ehrlich y Max Kakacek reproducían cuidadosamente. Así conservaron intactos los deliciosos arreglos (como los vientos de trompeta) de unas canciones límpidas y exentas de la capa lo-fi que cubre su LP de estreno, “Light Upon The Lake” (Secretly Canadian, 2016). Entre ellas sobresalieron “The Falls”, “No Matter Where We Go”, una desnuda “Light Upon The Lake”, “No Woman” y una versión de “Tonight I’ll Be Staying Here With You” de Bob Dylan, con Kakacek punteando cada riff al milímetro y el grupo homenajeando al folk-rock californiano de los 60 y 70 con tanto amor que Ehrlich y su bajista recrearon una besucona estampa en el frontal del escenario. A eso se le llama amar tu trabajo con pasión.
Más que con pasión, Sleaford Mods abren en canal el negocio musical, su Gran Bretaña natal, el mundo capitalista y cualquier cuestión que se les pase por la cabeza con rabia e ira. Para transmitir tales sentimientos y escupir a la audiencia sus rimas sulfurosas no necesitaron más que su austero pero suficiente bagaje escénico y sus potentes bases lanzadas desde el portátil controlado por el cervecero Andrew Fearn. Su corrosiva combinación de post-punk y hip hop funcionaba como munición de la metralleta disparada por un Jason Williamson desafiante y con pinta de hooligan lunático por sus gestos obsesivos compulsivos.
A la vez, sus rápidos fraseos y venenosos dardos de spoken word humedecidos por algunos esputos hacían que pareciera la personificación de Mark E. Smith o John Lydon saliendo de la oficina del paro con la vena del pescuezo hinchada; y sus continuos ‘fucks’ reducían a juego de niños cualquier película de Tarantino. Vamos, que aunque estuviera en el corazón de Paredes de Coura, no dejó títere con cabeza en su ‘querida’ Little Britain.
Thee Oh Sees, por su parte, estaban dispuestos a reventar tímpanos con su aplastante noise-rock. Bastaba con ver antes de su arranque la doble batería perfectamente alineada y su posterior sincronización, tan espectacular y apabullante como un pelotón de infantería atacando a diestro y siniestro. Su frontman, John Dwyer, se encontraba en su salsa para llevar al límite sus cuerdas vocales y su guitarra y entregar un set sudoroso y rompe-cuellos que desbordaba rock garagero elevado a la máxima potencia. Automáticamente, en las primeras filas se lió parda a base de saltos, pogos y crowdsurfing, incluso en las fases en las que la banda bajaba las revoluciones mientras se daba un respiro entre la tormenta de punk espídico y fibroso que a punto estuvo de calcinar el escenario.
Por suerte, el palco Vodafone permaneció intacto para albergar uno de los conciertos más multitudinarios, celebrados y palpitantes de la historia del festival por dos razones fundamentales: la posibilidad de ser testigo del regreso de LCD Soundsystem (olvidada la polémica sobre la legitimidad de su retorno) y vivir en directo la explosión p-funk que generaron en los albores del siglo 21 y cuya onda expansiva aún se aprecia en el presente.
James Murphy y compañía tenían ases en la manga de sobra para que la abarrotada ladera se agitase sin límite, por eso no importó la ausencia de pelotazos como “Drunk Girls” o “North American Scum”, ya que los neoyorquinos abrieron su cornucopia sonora repleta de hits: “Daft Punk Is Playing At My House”, “I Can Change”, “Tribulations”, “Losing My Edge”, “Movement”, “You Wanted A Hit”… Cada tema devenía en un estallido orgásmico, así que el tramo final, más comedido pero igual de intenso y dedicado a la memoria de Lemmy de Motörhead, sirvió de catapulta con la que encarar un desenlace acaparado por la apoteósica “All My Friends”, un reflejo del enérgico desparrame de Murphy (visiblemente emocionado por el recibimiento dispensado y el júbilo de sus seguidores), que consiguió que el público se rindiera a sus pies al ver cómo su figura conservaba su carisma incólume y su banda ratificaba su condición de símbolo generacional. La bola de espejos gigante giró con fuerza, como si no hubiesen transcurrido cinco años desde el anuncio de su teórica separación definitiva.
AFTER HOURS. Entre penumbras, Suuns pusieron los vellos de punta con su electrónica mutante de trazas post-rock. Los ingredientes de su oscuro mejunje sónico consistieron en bajos tenebrosos, ritmos siniestros y reptantes y riffs repetitivos que creaban diferentes estados de consciencia. Su música sensorial atravesaba el cráneo y se incrustaba en el cerebelo a base de latigazos psico-noise y escalas hipnóticas que sumergían a la audiencia en un profundo trance roto después por el bombo y el platillo electro de Rastronaut + Branko.
[/nextpage][nextpage title=»Viernes 19″ ]VIERNES 19 DE AGOSTO: La energía se crea, se destruye y se transforma
El día más eléctrico del festival confirmaba las pistas esbozadas en 2015: el rock había vuelto con fuerza al Paredes de Coura tras varios capítulos en los que los más asiduos a la cita portuguesa había echado de menos el protagonismo de las guitarras. Ese deseo cumplido tendría su expresión más evidente en la programación del viernes, en cuyo tramo horario inicial se veía una peculiar mezcla de público que iba desde niños hasta veinteañeros fans de The Vaccines, pasando por veteranos con ganas de saciar su curiosidad. Se constataba así el actual poder de atracción del evento courense.
CASA DO GONTE (COVELO). Una buena prueba de esa diversidad se halló en la Vodafone Music Session de Crocodiles en las afueras de Paredes de Coura, en la casa de una adorable pareja de ancianos que también siguieron atentamente las evoluciones de los californianos, que se sentaron en las escaleras de la entrada del hogar en medio de los asistentes elegidos. Tan cercana fue la actuación que hasta fue posible darle fuego a Brandon Welchez como en cualquier barra de bar. Bajo esas condiciones, el grupo ejecutó una sesión eléctrica a pelo adaptada a la luminosidad y privacidad del lugar, con lo que se escuchó de una forma diferente su noise-pop que, en este caso, no tenía nada de ruido pero sí melodías soleadas.
PALCO VODAFONE.FM. Psychic Ills rompieron el monopolio portugués en el escenario secundario dirigido por First Breath After Coma y Sean Riley & The Slowriders para abrir la etapa de rock psicodélico del turno de la noche. Aunque su propuesta fue serena, narcótica e inspirada en el estilo velvetiano y en el rock underground yanqui de los 70 a la que añadían gotas de blues-rock cocinado a fuego lento. Su ejecución elegante, sin embargo, no impidió que elevasen la tensión eléctrica en ciertos momentos de su actuación.
Jacco Gardner siguió un camino similar para moldear su característica psicodelia de aroma clásico que semeja un constante homenaje a Syd Barret y a los Pink Floyd primigenios. Así suenan sus dos discos editados hasta la fecha, “Cabinet Of Curiositites” (Trouble In Mind, 2013) y el más reciente “Hypnophobia” (Full Time Hobby, 2015), de los que picoteó para elaborar un set vigoroso en el que su pop barroco transitaba de la lisergia pura (“Hypnophobia”, “Before The Dawn”) a la melosidad ácida (“Find Yourself”, “Summer’s Game”) entre coros luminosos y notas de órgano añejo que añadían una pátina retro al ya de por sí sonido vintage del músico holandés.
PALCO VODAFONE. Al igual que Ryley Walker 24 horas antes, a Kevin Morby le correspondió iniciar la actividad en el escenario principal apelando al folk-rock de raíz norteamericana. Aunque contaba con la ventaja de manejar un catálogo sonoro que alcanzaba efusivos picos indie-rockeros, con lo que evitó diluirse en ensimismamientos reflexivos rematadamente folkies y, de paso, exhibió su versatilidad compositiva al ser igual de certero cuando mostró tanto su cara más tranquila como la más entusiasmada.
Crocodiles habían sido incorporados al cartel del Paredes de Coura 2016 como recambio de los caídos The Bohicas. Una variación positiva de antemano que ratificó su idoneidad en cuanto Welchez, Rowell y amigos empezaron con “Crybaby Demon” a repartir con ímpetu su noise-pop infeccioso que se desviaba igualmente hacia estilos refrescantes colmo el surf-rock. En medio de las corrientes circulares eléctricas generadas, el pop neworderiano de su nuevo single, “Telepathic Lover”, fue la excepción que confirmó el nervio de un set que no decayó ni un segundo bajo la sagrada influencia de The Jesus & Mary Chain (“I Wanna Kill”) hasta que la relectura de “Jet Boy Jet Girl” de Elton Motello con engarce de “Ca Plane Por Moi” de Plastic Bertrand dejó un buen sabor de boca final…
… que se multiplicó exponencialmente con la revelación del festival: King Gizzard & The Lizard Wizard. O lo que es lo mismo: el grupo pysch-rock de moda que cabalgó bajo los efectos de una enajenación sonora controlada y liberó un caudaloso chorro lisérgico sobre unos espectadores ojipláticos, ya conociesen las aventuras de los australianos o los descubriesen in situ. Se suponía que la estrategia que aplicarían en Portugal sería idéntica a la de su último LP, el incandescente “Nonagon Infinity” (Heavenly, 2016). Y así fue: calcaron al dedillo su estructura de frenético loop enlazado sin solución de continuidad y dividido en tres segmentos (con brinco a su anterior “I’m In Your Mind Fuzz” -Heavenly, 2014- incluido) sólo separados por un paréntesis alucinógeno.
El derroche del histriónico Stu Mackenzie y la brutalidad del resto de su banda convirtieron su directo en un torbellino que desprendía toneladas de psicodelia con denominación de origen océanico. La primera conclusión era clara: están tarados estos australianos. Una locura que se trasladó de encima a delante del escenario y justificó otra conclusión: King Gizzard & The Lizard Wizard firmaron el segundo mejor show del Paredes de Coura 2016 (la medalla de oro se la habían adjudicado LCD Soundsystem).
A su lado, The Vaccines parecían una boy band cuyas fotos cubren carpetas de adolescentes. Y algo de eso hay en las actuales actitud y aptitud del grupo británico, totalmente asentado en el pop-rock comercialoide de alcance masivo e ínfulas alternativas pero que difumina la etiqueta indie. Esa es la razón que explica su triunfo en el palco Vodafone, reflejo de la popularidad obtenida con sus dos últimos álbumes, “Come Of Age” (Columbia, 2012) y “English Grafitti” (Columbia, 2015). Lejos quedan los tiempos en que The Vaccines abanderaban el pop garagero de nuevo cuño en el Reino Unido. Pero, pese a ello, gusten más, menos o nada los Vaccines del presente, hubo que reconocer que su sonido fue contundente (aunque perfectamente encauzado) y su conexión con sus fans, explosiva.
Así que la banda no necesitó coger demasiada carrerilla para enardecer la ladera courense mediante sus conocidos hits (“Handsome”, “Teenage Icon”, “Dream Lover”, “Minimal Affection”), que se escuchan tanto en pubs como en programas deportivos radiofónicos. Eso sí, estos palidecían en comparación con las muestras sacadas de su debut, “What Did You Expect From The Vaccines?” (Columbia, 2011), como “Blow It Up”, “Wreckin’ Bar (Ra Ra Ra)”, “If You Wanna” o “Post Break-Up Sex”, tan adictivas como cuando vieron la luz y que hacían que a Justin Young se le perdonaran sus poses de rockstar carne de portada de la SuperPop. Pero sus seguidores se sentían completamente felices con lo visto (y escuchado), con lo que The Vaccines lograron su objetivo con creces.
Otro baño de masas se dieron Cage The Elephant, uno de los nombres más esperados del festival que se vació para cumplir con las expectativas. Con todo, desde nuestra perspectiva nos preguntábamos cuál es la clave de su éxito en Portugal… Bien, aquella es una tierra muy rockera y Cage The Elephant tienen las canciones y el sonido apropiados, además de un estilo clasicote de origen stoniano resumido en los gestos que delataban a su frontman, Matthew Shultz, aunque cuando apretaban el acelerador no pasaban de parecer sucedáneos de The Black Keys. Comparación que no importó a una audiencia que se vino todavía más arriba cuando Matthew confesó que el Paredes de Coura es el mejor festival del mundo. El populismo, practicado en el momento y el lugar oportunos, siempre triunfa.
AFTER HOURS. Moullinex y The Vaccines, estos en su faceta de djs, llenaron la carpa para acabar la jornada entre la electrónica de baile vigorizante y proteínico del productor portugués y los temas pinchados por los británicos, que compensaron su nula técnica en la mezcla con una selección de clásicos funk, soul, R&B, hip hop, pop, rock… Parecía que estaban poniendo música a una fiesta organizada en el salón de su casa, pero la táctica resultó efectiva: las aves nocturnas quemaron los últimos cartuchos que les quedaban.
[/nextpage][nextpage title=»Sábado 20″ ]SÁBADO 20 DE AGOSTO: Eclecticismo nutritivo
Como nos dijo uno de los asistentes, “que se vea una sonrisa en vuestras caras porque es contagiosa”. Una frase que definía con claridad el espíritu de esta edición del Paredes de Coura -y, por extensión, de toda su trayectoria- y que actuó como bálsamo ante la sensación agridulce y de inevitable nostalgia que siempre surge cada vez que se aproxima el final del festival.
SANTUARIO DE NOSSA SENHORA DA PENA. Dicha sensación ya se palpaba en la Vodafone Music Session de Motorama, llegados de la gélida Rostov a una calurosa Paredes de Coura. En las alturas del Santuario, desde donde se divisaba una impresionante panorámica de la zona, el grupo realizó sobre unos peñascos un breve repaso de su post-punk frío y metronímico por fuera pero emocional por dentro (que contrastaba con la alta temperatura y la cegadora luz diurna) liderado por Vladislav Parshin, trasunto de Ian Curtis hierático y parco en palabras, toda una seña de identidad de la formación.
PALCO VODAFONE.FM. Los claroscuros del escenario secundario, por el que ya habían pasado GrandFather’s House y Filho da Mãe e Ricardo Martins, componían el decorado ideal para que Motorama desplegasen su post-punk joydivisioniano aupados por una fiel parroquia de seguidores que no pararon de moverse según los impulsos de “Ghost”, “Alps” o “To The South”, highlights de un directo tintado en blanco y negro, austero y espartano pero al que no le faltó emotividad (y alguna que otra lagrimilla furtiva…).
Tampoco carecen de sensibilidad Cigarettes After Sex, protagonistas de uno de los momentos más extraños del Paredes de Coura 2016. ¿Es posible conseguir un lleno absoluto pasadas las diez de la noche cuando el cuerpo pide marcha mediante un pop lánguido (demasiado, casi somnífero), sensual y tocado a cámara lenta? Sí, lo demostraron los texanos con una sorprendente cantidad de testigos obnubilados por unas evocadoras y refinadas canciones cuyos efectos en el respetable hicieron honor al nombre de la banda.
PALCO VODAFONE. No hubiese estado mal que se hubieran intercambiado sus turnos Cigarettes After Sex y The Last Internationale, encargados de abrir a la hora de la merienda (española) el escenario principal. Seguro que de ese modo hubiese cuajado con mayor ímpetu la intervención de la banda liderada por Delila Paz y Edgey Pires, una versión incisiva y revolucionaria de The Kills. Su intro con “The Revolution Will Not Televised” de Gil Scott-Heron, un banner de fondo matafascista y una tela con el rostro de Muhammad Ali reforzaban el rock combativo de los neoyorquinos, que llamaban a la acción y a levantar el puño izquierdo al tiempo que echaban gasolina a sus flamígeras guitarras. La guinda reivindicativa la puso una sucesión de imágenes en la pantalla trasera sobre la Revolución de los Claveles portuguesa. The Last Internationale no podían terminar de otra manera, lógicamente.
Los locales Capitão Fausto capturaron al vuelo la energía remanente, la reciclaron en pop y exhibieron su elevado estatus en el panorama musical luso antes de que The Tallest Man On Earth cortara relativamente la animación del lugar con su folk pausado, de acordes cristalinos y melodías suavizadas. Daba la impresión de que determinadas desviaciones hacia ritmos uptempo (por ejemplo el de “Darkness Of The Dream”) harían remontar el vuelo de su concierto, pero el sueco decidió aferrarse a su guitarra acústica y a su discurso sosegado hasta conseguir que prácticamente no se escuchara una mosca en la platea natural. Toda una hazaña adornada por la riqueza de arreglos (violín, slide…) de sus piezas y el cuidado con el que trató su repertorio. El embelesamiento fue inmediato.
Y, después, también el éxtasis, de la mano de Portugal. The Man, otro de los grupos predilectos de la afición portuguesa por su pop-rock con regusto psicodélico, veloz y serpenteante, que remitía a la edad de oro del colectivo Elephant Six y a algunas de sus bandas totémicas, como The Apples In Stereo. Su planteamiento fue toda una caja de sorpresas de la que salieron temas centelleantes (“Got It All (This Can’t Be Living Now)”), un medley con “Don’t Look Back In Anger” de Oasis a través de “People Say” que provocó gritos de euforia y arrebatos eléctrico-lisérgicos de desarrollo imprevisible. Las buenas prestaciones de Portugal. The Man, más allá del guiño geográfico de su denominación, explicaron las enormes ganas que había en el país vecino de verlos en vivo.
Se suponía que la algarabía continuaría con los encargados de cerrar el escenario grande, Chvrches. Pero, ¿por qué no lograron que se extendiese al 100% ese alborozo a lo largo y ancho de la ladera? De acuerdo, su evolución practicada en su disco “Every Open Eye” (Virgin EMI, 2015) los llevó a un público más amplio y a superiores niveles comerciales, pero en el proceso posiblemente muchos advirtieron un cambio difícil de asimilar y, finalmente, de aceptar. Aunque ello no afectó negativamente a su estilo.
De hecho, en Paredes de Coura mejoraron su actuación de dos años antes en el mismo espacio con un sonido engrandecido (quizá a un volumen más alto de lo recomendable) y una Lauren Mayberry igual de magnética pero desinhibida e interactiva, nada preocupada por dar la nota perfecta, sino por transmitir diferentes emociones. Voluntariamente o no, se mostró como una diva dispuesta a desmelenarse en cuanto los graves caían como bolas demolición y su synthpop rozaba sin deteriorarse esquemas propios de la EDM (“Keep You On My Side”, “Empty Threat”) y del súper-pop radiable (“Leave A Trace”). Para reducir tanto vigor (que aturdía en ciertas fases), Mayberry dulcificaba sus cantos en medio de la tela de araña sónica tejida por los teclados y sintetizadores.
Ese sonido en apariencia artificial, sin embargo, exhibía sentimiento y alma, como en “Under The Tide”, “The Mother We Share”, “Recover” y ¿«Lies»? No, uno de sus temas más simbólicos quedó reservado para otra ocasión… Con todo, aunque lo hubieran interpretado, no habría variado la disparidad de opiniones sobre la renovada cara de los escoceses.
AFTER HOURS. Si sumamos los patrones rítmicos de New Order, las sombras after-punk de The Cure, elevadas dosis de electropop y dark wave ochenteros y una voz cavernosa, obtendremos la fórmula manejada por Lust For Youth. Fueron fieles a su estilo alternando segmentos sensibleros y tensión sintetizada, pero no evitaron entrar en cierta planicie sonora que, de madrugada, no ayudaba a mantener en alerta los sentidos.
Ya se ocuparía Matías Aguayo de sacudir al personal con otro de sus dj sets en los que combinó buenas mezclas y voz en directo. La hora demandaba pocas sutilezas, así que el chileno tiró de techno tribal y selvático y electro andino y ácido. Su sabrosura latina quedaba en segundo plano a favor del bombo percutor, excepto cuando cogía el micrófono y se ponía calenturiento con sus movimientos sexys y el ronroneo lascivo de “Rrrrr”, que culminó una larga sesión disfrutable de principio a fin.
Uno de los méritos del Paredes de Coura 2016 ha sido crecer como entidad distinguida sin correr el riesgo de desbordar sus dimensiones persiguiendo cotas de público e infraestructuras inasumibles que deformarían sus rasgos más representativos. Precisamente, según la organización, ese volverá a ser el objetivo del festival el año próximo, una vez confirmadas sus fechas de celebración: del 16 al 19 de agosto. Durante esos días se festejará, además, su 25 aniversario, con lo que se avecina una edición muy especial que buscará dejar huella en la extensa historia del certamen y, de nuevo, hacer realidad varios sueños festivaleros de verano. [Fotos: Iria Muiños] [Más imágenes en Flickr]
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