La presentación del «Lemonade» de Beyoncé en Barcelona fue histórica… Pero también tuvo momentos en los que uno se sentía tentado de decirle bye a Bey.
Quieras o no, entre ayer y hoy te has acabado por tragar el concierto de Beyoncé en Barcelona de cabo a rabo. Enterito. Si sumas todas las fotos de Instagram, todos los videos de Snapchat, todos los comentarios de Facebook y todos los mensajes que recibiste en Whatsapp de toda esa gentuza que estuvo allá y quería pasártelo vilmente por la cara, al final seguro que disfrutaste del concierto tanto o más que las miles de almas que se hacinaron el 3 de agosto en el Estadi Olímpic de la Ciudad Condal (a lo mejor, incluso lo disfrutaste más que ese pobre al que le tocó el asiento en la grada que queda a un kilómetro del escenario… Así que deja de protestar).
Sea como sea, como eso de que «una imagen vale más que mil palabras» es una jodida mentira que se inventó un director de publicidad de Olympus para vender más cámaras, hoy es el momento de que gente como yo se venga arriba y se dedique a dejar por escrito todo lo que ocurrió ayer por la noche. Vaya por delante que empiezo a escribir esta crónica con el ánimo tocado y hundido: sé que nada que escriba aquí y ahora podrá superar el titular de Nando Cruz en El Confidencial. Pero venga, voy a intentarlo. Sobre todo porque hubo mucha telita que cortar en el show de la señora de Jay-Z.
Eso sí, antes de entrar en materia, me veo obligado a hacer una advertencia que puede cambiar la apreciación de lo que vais a leer a continuación. Porque, antes que periodista, soy persona humana. Y las personas humanas tenemos filias y fobias que tienen que quedar claras y que no pueden ni deben hacerse pasar por objetividad periodística. Con esto quiero decir que todo lo que sigue es una barra libre de subjetividad menos justificada que la opinión de tu peluquera… Ahí vamos: siempre fui fan de Destiny’s Child, también de Beyoncé, pero lo de su anterior disco, el homónimo «Beyoncé» (Columbia, 2013), sigue pareciéndome la cumbre más alta de su carrera. Allá supo atrapar el zeitgeist del momento musical a base de nu-r&b y future beats zumbones. Y por eso mismo su nuevo «Lemonade» (Columbia, 2016) suena un poco a marcha atrás antes de correrse, a «sácala antes de que sea demasiado tarde«.
Más todavía: pese a que aquel disco me tenía totalmente embobado (seguimos con la subjetividad, calma, os prometo que acaba pronto), el concierto que Beyoncé ofreció el 24 de marzo del 2014 en Barcelona me dejó un poco a medias: la primera mitad fue una puta maravilla, pero cuando se puso bizcochona y empezó a encadenar hits viejunos para recepcionistas solteras de avanzada edad casi me pierde. Así que era de esperar que, con un disco regulero como «Lemonade» bajo el brazo, el concierto de Bey en Barcelona arrancara bajo la sombra de la sospecha de un posible fail en toda regla.
Apartemos esas sombra de sospecha aquí y ahora: el show no fue un fail. Fue una jodida maravilla. Fue el equivalente en música en directo a ese momento de las pelis porno en el que el actor golpea repetidamente la cara de la actriz con su manubrio. Eso, pero durante dos horas. No había momento para descansar, los himnos se sucedían uno tras otro, los bailecitos te hipnotizaban uno tras otro, los efectos especiales te dejaban clavado uno tras otro, no te quedaba otra que bailar y corear y cantar y frotar la cebolleta contra el ente humano más cercano. Era contagioso.
Nadie puede negar que Beyoncé hizo historia: en un momento en el que los macro-shows dinosáuricos de las divas del pop se muestra cada vez más repetitivos e incapaces de renovarse (o morir), Queen B demostró que todavía puedes pegarle collejas a tu público y meterles en el cuerpo un sense of wonder que ríete tú de «Stranger Things«. Pero, ojo, porque eso no significa que el concierto de la ídola fuera impecable… Y ahora es cuando me toca matizar lo dicho. Porque, al fin y al cabo, y pese a pasarme dos horas totalmente alucinado, también hubo muchos momentos en los que casi estuve tentado de decirle bye a Bey.
Y «casi» significa eso: que casi le digo adiós… pero no. Al final, no. Al final, me reconquistó. Hubo otros momentos en los que me perdió por completo, también tengo que decirlo. Empezando por ese vestuario completamente hórrido que me hace imaginar todo el rato a Queen B hablando con su sastre: «A ver, quiero que se me vea el coño… pero con manga larga, ¿vale?«. Siguiendo por el pelucón (alguien me dijo que le había visto un alambre saliendo de la cabeza, pero yo no vi nada, lo siento). El exceso de ventiladores será mejor obviarlo, que aquello parecía una central eólica. El homenaje a Prince, excesivamente sobado.
Y pasamos a mayores. De los visuales de Jay-Z y su boda y su hija y la madre que le parió y toda esa mierda de «seguimos siendo una pareja feliz aunque he hecho un disco en el que me dedico a castrar a mi marido explicando en público que me fue infiel con Becky With The Good Hair» mejor ni hablo. Sí que hablo, sin embargo, de la piscina al final del concierto y del momento Concurso Miss Camiseta Mojada, que de feminista tiene tanto como Donald Trump y que me hizo añorar a aquel momento histórico en el que Kylie Minogue lo petó lo más grande poniendo fuentes de agua en el escenario. Aquello fue insuperable, así que, si no lo vas a superar, B, tía, no lo hagas.
Vamos ahora, por fin, con las cinco cosas que casi me hicieron decirle bye a Bey:
1. EL MONOLITO DE «2001: UNA ODISEA EN EL ESPACIO». Mi primer pensamiento fue: aquí no hay creatividad, sino un pastizal gigantesco con el que construir un cubo gigantesco a base de pantallas brillantes y plantarlo en medio del escenario. Parte de razón tenía. Ahora bien, a medida que el cubo iba demostrando su versatilidad (daba vueltas, se abría por la mitad, etc.), era inevitable recuperar la esperanza. Sobre todo porque, en una artista como Beyoncé, obsesionada con hacer álbumes visuales, tiene mucho sentido que el corazón de sus conciertos sea la imagen maximalista y colosal que puedas gozar bien grande desde cualquier punto del estadio.
2. SÍ SEÑOR… EFECTOS ESPECIALES… UNA FELACIÓN. A ver, cómo digo esto: los efectos especiales en la nueva gira de Bey fueron way too much. Fue un poco rollo «¿por qué elegir qué efecto especial queremos cuando podemos tenerlos T O D O S?«. Hubo fuegos artificiales, piscina de agua, luces a mansalva e incluso fuego que salía en chorrazos hacia el cielo y que aumentaban el calor ambiental del Estadi Olímpic a un nivel innecesario en pleno agosto. También hubieron trapecistas colgadas en el interior del cubo, por si lo anterior no te impresionaba. Y aunque todo parecía al final un poco viejuno, hay que reconocer que funcionaba como herramienta para epatar #tolrato y no darte ni un segundo de tregua.
3. EL DISCURSO ¿FEMINISTA? Por todos es sabidos que uno de los puntos fuertes de Beyoncé es el discurso feminista y de empoderamiento de la mujer. Pero, joder, lo de este show es llevarlo un poco al extremismo talibán. No había ni un hombre sobre el escenario, hasta la banda eran mujeres. Y es inevitable pensar que tampoco es para tanto, tía, que los maromos no somos tan mala gente, que algunos molamos, que metas a uno aunque sea. Además, es que el discurso de empoderamiento, cuando faltan cosas como el discurso de Chimamanda Ngozi Adichie al principio de «***Flawles«, está demasiado cerca del exhibicionismo sexual: todo eran planos de culos y canalillos y bailes tribales destinados a hacerte pensar que las bailarinas / amazonas eran capaces de romperte el troncho con su culo cascanueces. Al final, el desbarre sepsi me acabó cortocircuitando el cerebro porque lo único que veía ahí era a una formación de diosas negras sobre el escenario vendiéndome SEXO SEXO SEXO SEXO todo el rato. Eso sí, una cosa tengo que agradecerle a Beyoncé: consiguió que fuera heterosexual durante dos horas. Pero luego se me pasó. Falsa alarma.
4. LA PANTOJA NEGRA WITH ATTITUDE. Poco después de salir al escenario y bordar «Formation» con su étnico sombrero negro de ala ancha, Beyoncé protagonizó un de esos momentos cien por cien Beyoncé en los que se queda inmóvil sonriendo, mirando al público entre tímida y vergonzosa, dejando claro que es una puta diosa pero que también es humilde y del pueblo y que a veces pues como que esto de la fama la sobrepasa. Bullshit! En la actitud de Bey todo está estudiado: lo suyo es una búsqueda continua del equilibrio, ya sea entre el papel de esposa y el de puta o el de celebrity y el de vecina next door. Y, aun así, hay que reconocer que lo suyo es profundamente magnético: desde la industria de la música siguen intentando facturar divas, pero Bey tiene ese Factor X que le falta al resto. Llamadlo personalidad (planificada como el argumento de una rom com, claro) o carisma (esto sí que no puede planificarse), pero Beyoncé es una de las personalidades pop más grandes que va a ver este siglo 21.
5. LAS CANCIONES. Ya lo he dicho más arriba: con un disco como «Lemonade» bajo el brazo, mis esperanzas no eran demasiado elevadas. El disco en cuestión roza el aburrimiento supino en determinados tramos, pero hay que reconocer que Queen B supo olvidarse de lo más olvidable y seleccionar lo mejorcito del álbum en cuestión. Si en su anterior concierto se advirtieron dos mitades, una dedicada al trabajo que presentaba y otro a los hits de toda su carrera, en esta ocasión la diva decidió marcarse un stream continuo, un chorrazo fluido en el que las canciones se trenzaban y donde rara vez caía una composición entera, ya que se iban fraccionando, fracturando y recomponiendo sobre la marcha para crear un fascinante mosaico que dejó claro lo que Bey quiere dejar claro: que puede ser la jamelga definitiva, pero la base de su éxito es que tiene una cantidad de hits capaces de dejar en bragas a cualquier competidora.
Por todo ello, dejadme que deje escrito algo por si no ha quedado suficientemente claro: en el concierto de Beyoncé en Barcelona hubo varios momentos en los que casi le digo bye a Bey.. Pero al final no. Al final se me enamoró el alma. Al final acabé más fan de lo que era. Y chao. [Más información en la web de Beyoncé]