El PortAmérica 2016 ha vuelto a encontrarse con diferentes problemas en su organización… Y los ha vuelto a superar de forma excelente.
CUADERNO DE BITÁCORA: INICIO DE LA QUINTA PARTE DEL TRAYECTO. El intenso calor veraniego que envolvió a PortAmérica 2016 de principio a fin, desde la víspera hasta sus días posteriores, podía empujarnos fácilmente a ponernos perezosos como cuando uno acaba sucumbiendo a una larga y tediosa etapa del Tour de Francia frente al televisor en las sobremesas del mes de julio: las neuronas se relajan y el cerebro lo quiere todo masticadito. Así, en un alarde de poca originalidad, sería sencillo repetir la primera reflexión surgida en torno a la edición pasada del festival ubicado en Porto do Molle, Nigrán (Pontevedra): el azar meteorológico le debía una a PortAmérica. Bueno, en realidad, otra. Pero no lo diremos… ¿O sí?
De acuerdo, hagámoslo. Porque tras cuatro ediciones consumadas y una quinta en camino, PortAmérica necesitaba que, por fin, todos los elementos de la climatología se aliasen a su favor para que el certamen luciese en todo su esplendor, más si cabe que en sus capítulos anteriores. Y eso sucedió, convirtiendo PortAmérica 2016 en el más caliente de su historia, no sólo por la incidencia del sol, sino también por cómo se concentró su actividad en dos días (frente a los tres de sus ediciones anteriores) de palpitante cruce de público, músicos, sorpresas y sentimientos.
La intención inicial de transformar el fin de semana en una travesía musical, cultural y emocional placentera a la par que apasionada se hizo realidad para los miles de personas que cruzaron el umbral de PortAmérica hacia un extenso espacio que se reconoce al instante pero que nunca es igual: a las habituales Factoría de Talentos (que mostraba una amplia gama de productos y servicios de creadores y firmas locales) y área Entreculturas (cuya causa solidaria se centró en el apoyo a los refugiados) se sumaron una micro-playa para relajo del personal, un ascenso controlado en globo dentro del recinto para observar desde las alturas el ajetreo en Porto do Molle y un circo-cabaret que ofrecía entretenimiento para los más pequeños y sus familias.
Estos detalles sorprendieron tanto a los asistentes más fieles como, sobre todo, a los novatos en la experiencia PortAmérica, que ratificó su capacidad de ganar nuevos adeptos, cada vez más diversificados y abiertos a descubrir su variada programación. O, mejor dicho, a probarla. Porque, un año más, la carpa gastronómica ShowRocking centró buena parte de la atención desde la tarde hasta la medianoche gracias a las tapas exclusivas elaboradas por 22 chefs (con ocho estrellas Michelin) coordinados por Pepe Solla que pusieron sabor de ceviche negro de langostinos o pita de guiso de cecina (más otras 30 opciones a elegir) tanto a las actuaciones sorpresa celebradas por segundo año consecutivo en su mini-escenario como a los conciertos conocidos de antemano.
Estos últimos, realizados en los escenarios SON Estrella Galicia y Flooxer, confirmaron las virtudes de cartel de PortAmérica 2016, que mostró dos caras diferenciadas pero compatibles: por una parte, nombres a descubrir por estos lares, como los latinoamericanos Sonido Gallo Negro, Bostich & Fussible, RetroViSOR y Leiden (la unión musical establecida por festival con Latinoamérica siempre ha brillado en paralelo al protagonismo de las bandas consideradas estelares llegadas del otro lado del Atlántico) y el soulman anglo-ghanés Myles Sanko; y, por otra, afamadas referencias patrias que no defraudaron las expectativas de sus seguidores, como Amaral (coitus interruptus incluido), Bunbury o Love Of Lesbian. Entre medias, los saltos entre los dos escenarios permitieron absorber un amplio espectro sonoro que fue del pop calmado al masivo, de la neo-cumbia al punk y del synthpop jaranero al rock de alto voltaje… al que se le bajaron los plomos con Molotov sobre las tablas.
CUADERNO DE BITÁCORA: VIERNES 15 DE JULIO. Aunque PortAmérica 2016 contara con un día menos de duración, hicimos acopio de las mismas energías que en años precedentes para afrontar una singladura a Nigrán que desde hace tiempo ha adquirido la condición de ritual de obligado cumplimiento. No importaba que tal motivación nos hubiese hecho llegar bien pronto en un momento en el que el espacio de Porto do Molle estaba recién abierto para acoger en el escenario Flooxer los directos de Dallasgracias y Australia, las dos bandas ganadoras del primer concurso de maquetas de Paideia.
Tras ellas, Amaro Ferreiro inauguraría el escenario SON Estrella Galicia ante la típica estampa festivalera a horas relativamente tempranas: el recinto demasiado despoblado y el gentío haciéndose el remolón mientras se adaptaba al terreno. Lo que no impidió que uno de los hijos predilectos de PortAmérica (no en vano, su moneda lleva su nombre) desplegara su frescura pop agradable y calmado, del que destiló las canciones de melodías clásicas y ritmos cadenciosos pertenecientes a su último trabajo, “Biólogo” (A Records, 2016). Una muestra de su contenido, como “Lógica del Límite”, “Uña y Carne” o “Trueno y Relámpago”, consiguió que se sobrellevara adecuadamente el efecto del calor reinante.
Idéntica sensación se apreció con Sonido Gallo Negro, después de que Carmen Johns (acompañada por Martiño Toro) destapara el tarro de las sorpresas musicales bajo la carpa ShowRocking. El combo de México DF descargó su arsenal de cumbia santera instrumental para bailar o, al menos, moverse agitada o suavemente en función de sus picantes compases. La profusa percusión (los timbales echaron humo), las caleidoscópicas notas de teclado y los psicodélicos visuales firmados por Dr. Alderete introducían a los presentes en una gozosa verbena mexicana que incluyó desde ardientes lecturas del surf-rock hasta clásicos del grupo con toques ancestrales como “Bocanegra!”, pasando por sonidos como sacados de espagueti westerns rodados en el desierto de Baja California. Imposible no quedarse poseído por las vibraciones emitidas por tan selvático directo.
Nico Patoriza, de nuevo Martiño Toro y Pepe Solla -que demostró un año más su habilidad a la guitarra, casi a la altura de su sabiduría tras los fogones- aderezaron por primera vez PortAmérica 2016 con uno de sus ingredientes principales: la perfecta mezcla entre música y gastronomía que define al ShowRocking.
De vuelta al escenario SON Estrella Galicia, la psicodelia esbozada por Sonido Gallo Negro alcanzó su expresión más arenosa, crepuscular y andaluza con Pony Bravo, a la vez que adquiría un tono ácido debido a los acertados dardos líricos de varios de los temas de la banda sevillana, sobre todo los rescatados de “De Palmas y Cacería” (El Rancho, 2013), de los cuales brillaron “El Político Neoliberal”, “Turista Ven a Sevilla”, “Eurovegas” o una “Mi DNI” que no ha perdido su vigencia irónica y realista. Aunque los que más llamaba la atención era la peculiar forma de cantar y de sacar de su teclado todo el jugo alucinógeno de Daniel Alonso, que empapaba el repertorio de tal modo que poco faltó para que se produjera un colocón colectivo propio de una ceremonia de peyote o, en su caso, de “La Rave de Dios” o una “Noche de Setas” en pleno Val Miñor. A ello ayudaron los narcóticos ritmos, muchas veces repetitivos, para entrar en un trance tranquilo y feliz y ver de una manera diferente cómo se acercaba la puesta de sol nigranesa.
Aunque ese metafórico efecto se desvaneció en cuanto apareció en el ShowRocking Iván Ferreiro junto a Fon Román, que realizaron una breve revisión de su pasado en el seno de Los Piratas. Como era previsible, la explosión del público en forma de cantos (“Años 80” se llevó la palma) que salían de lo más profundo de su alma fue automática. Un signo más de que el idilio de Iván Ferreiro con PortAmérica será eterno.
Quién sabe si Izal pueden conseguir algo parecido en el futuro… Si nos atenemos a lo sucedido en el espacio Flooxer, es posible. Allí se produjo otro momento fan, con saltos descontrolados, gritos arrebatados y mucha humedad encima y delante del escenario. Con estas condiciones, los madrileños ya tenían ganada de antemano la partida aunque mostraran cara arriba todos sus ases. De algún modo, resultó sencillo para Izal levantar a la muchedumbre a base de pop comercial con ínfulas indie (y viceversa), limpio, inofensivo y ejecutado con energía y precisión para una audiencia especialmente joven que buscaba el desparrame sin complicaciones y con las letras aprendidas al dedillo. A este respecto, nada que reprochar: objetivo conseguido sin trampa ni cartón. Eso sí, la propuesta de los madrileños evidenciaba inevitablemente sus reiterativas costuras rítmicas conducidas con el piloto automático puesto. Pero el júbilo en el foso y el lanzamiento de confeti final revelaban que la fiesta de Izal había sido todo un éxito.
Amaral, por su parte, lograron el mismo objetivo. Pero de una manera más elaborada y matizada. De hecho, antes de que Eva, Juan y compañía comenzaran su espectáculo, había que meter en el bolsillo cualquier prejuicio sobre su pop tan brillante como las lentejuelas del vestido de Eva. Con un bello juego de luces e imágenes cambiantes y envolventes, Amaral se apoyaron en un potente sonido que funcionaba como reflejo de su posición absolutamente consolidada, incluso más allá de las emisoras de radio fórmula. En Nigrán, Eva derrochó pasión y personalidad para llevar en volandas al público (en general, no sólo al sector más fanático) con un repertorio plagado de hits de alcance transversal: “Revolución”, “Salir Corriendo”, “El Universo Sobre Mí” o “Estrella de Mar” y piezas de su último álbum, “Nocturnal” (Discos Antártida, 2015), que no desentonaban en el conjunto. Todo estaba preparado para que el grupo llegara a la cumbre en un tramo híper-emocional acaparado por “Cómo Hablar” y “Sin ti no Soy Nada”… cuando el sonido se desplomó. El momento de confusión e incredulidad se compensó con la divertida actitud del respetable, canturreando tradicionales tonadas gallegas, aunque una gran sensación agridulce ya recorría todo Porto do Molle. Al menos, Amaral pudieron regresar y recuperar el tema cortado involuntariamente en una versión reducida. Una buena despedida de un concierto que, pese a las circunstancias, entró en el libro de oro de PortAmérica.
FM Belfast ayudaron a restablecer los ánimos con su tecnopop jaranero, saltarín y totalmente opuesto al frío típico de Islandia, su tierra de origen. Con el grupo entregado en cuerpo y alma a hacer de su directo una enorme juerga, los bailes, brincos y la locura sobre las tablas se trasladaron automáticamente a la explanada. En sus canciones no había lugar para otra cosa que no fuera la diversión y la euforia, acentuadas por sus sorprendentes medleys con incunables de diverso pelaje como “Pump Up The Jam”, “Wonderwall” o “Killing In The Name”. No hay duda: ponga a FM Belfast a su lado y su vida se llenará de positividad. Suena a tópico empalagoso, pero eso fue lo que sucedió con su volcánico y desenfrenado show, cerrado (como siempre) con los componentes masculinos en gayumbos y cintas de colores por doquier. Su descarada y desacomplejada intervención recordó a la de la selección islandesa de fútbol en la reciente Eurocopa. Por cierto, ¿realizaron el ya mítico viking-clap? ¡Claro! Otro punto a favor de FM Belfast.
La aparición de Molotov en el escenario principal tenía todas las trazas de convertirse en memorable, sobre todo para aquellos que habían esperado un año para resarcirse de su forzosa ausencia en la anterior edición del festival. Pero ni por esas el emblemático grupo mexicano se libró del mal fario. Su arranque a todo trapo con “Noko” y “Amateur (Rock Me Amadeus)” no evitó que, de manera abrupta, se cayera otra vez el sonido. Por completo. Como consuelo, quedaron algunos minutos en los que Molotov desempolvaron con fuerza su rock-rap añejo y de aires fronterizos (“Frijolero”) y un clásico de la banda sonora vital de muchos de los presentes, “Gimme Tha Power”. Y hasta ahí. Porque una segunda bajada de tensión frustró cualquier intento de retorno. De ahí que esa vez se escuchase algún que otro silbido furtivo ante el abandono definitivo de Molotov. Tanto power había hecho que se fundieran los fusibles…
Hablando de fusibles, Bostich & Fussible encendieron los suyos para lanzar desde sus portátiles sus característicos nortec y Tijuana sound. Pero su set no se quedó en una mera sesión, ya que contaron con su banda de directo compuesta por acordeón, trompeta y tuba. A partir de esa base, el dúo y sus compinches formaron una curiosa combinación de electrónica de bajos retumbantes y beats dinámicos que cabalgaban entre el techno-house y el electro a golpe de ranchera chingona. Viendo cómo danzaban las numerosas aves nocturnas que permanecían en el recinto, parecía que se había difuminado el mal trago de Molotov. El auténtico electrolatino es esto.
Aún quedaba por entrar en escena Eme Dj tras la mesa de mezclas, pero el cansancio no perdonó y, más que invitar, obligó a la retirada prematura.
[/nextpage][nextpage title=»SÁBADO» ]CUADERNO DE BITÁCORA: SÁBADO 16 DE JULIO. Después de las complicaciones surgidas en la víspera que dejaron un amargo sabor de boca cercano a la decepción, sólo cabía esperar que no se repetirían. Del mismo modo que PortAmérica se había sobrepuesto a la cancelación de una jornada por las inclemencias meteorológicas hace dos años, el certamen volvió a levantar el vuelo tras solucionar los problemas técnicos. Así pues, el segundo día transcurrió con la normalidad suficiente para que volvieran a vivirse momentos que buena parte de los asistentes guardarán en su memoria.
Lástima que, cuando a RetroViSOR les correspondió reanudar la actividad musical del festival, su audiencia fuera testimonial. El grupo colombiano es una de las propuestas más interesantes de la escena de Bogotá por su hibridación de electrónica y estilos autóctonos. O lo que es lo mismo: etnobeats, reforzados por unos visuales con mensaje comprometido que alimentaron un directo que se balanceó entre suaves armonías, fases de alto voltaje y frenesí con aroma funk para denunciar, al mismo tiempo, varias injusticias que azotan Colombia en particular y Sudamérica en general.
A un poco más hacia al norte, hacia Estados Unidos, realizaron un viaje sonoro Manuel Portolés (Niño y Pistola) y Ángel Carmona (del programa “Hoy Empieza Todo” de Radio3) para sumergirse en el folk-rock de acordes cristalinos, característico género norteamericano como el soul, la materia prima que maneja con excelencia Myles Sanko, una de las revelaciones de PortAmérica 2016. Reforzado por una solvente formación en la que destacaban el saxo y la trompeta, el anglo-ghanés irradió tal cantidad de elegancia y savoir faire que enseguida conectó con el público. Uno de los mejores ejemplos fue el juego vocal practicado según modos casi góspel con la pegadiza “Come On Home”. Luego, sus saltos hacia el funk lustroso y dinámico (“Save My Soul”) animaron un espectáculo repleto de clase y sunshine soul reposado y lleno de sentimiento que se culminó con una optimista relectura (dedicada a las víctimas del atentado perpetrado Niza un par de días antes) que unía “Mercy Mercy Me” y “What’s Going On” de Marvin Gaye, uno de los referentes fundamentales de un Myles Sanko que dominó el micrófono y la escena a su antojo rebosando carisma. Todo un lujo.
Después de que Eladio Santos (con el omnipresente Pepe Solla) regalara en la carpa ShowRocking uno de los himnos de la historia de PortAmérica, “El Tiempo Futuro”, otro de los nombres latinoamericanos a tener en cuenta, Leiden, abría el escenario SON Estrella Galicia iluminada por el sol nigranés. Esa misma luz desprendió su figura en directo, tan dulce como firme a la hora de desmenuzar su discurso personal y transitar por su estilo pop enraizado en el folclore de Cuba y México, los dos países de su vida, a través de canciones bailables y parsimoniosas como “Circular” o “Cuando Soñaba”.
De vuelta a la carpa gastronómica, Budiño rizó el rizo dando forma con flauta y gaita a un pop tradicionalista que, en un momento dado, derivó hacia el rock para pasar por su peculiar filtro el “Thunderstruck” de AC/DC. Quedó claro que en PortAmérica no hay límites.
Si los insultantemente jóvenes Furious Monkey House se lo hubiesen propuesto, también habrían podido homenajear a AC/DC con sus apabullantes descargas eléctricas. Pero el grupo se centró en dar rienda suelta al power-pop de su único álbum hasta la fecha, “Run” (esmerArte, 2015), que hizo las delicias de su fiel parroquia. Se apreció que, desde la publicación de dicho disco, el combo pontevedrés ha adquirido en vivo las suficientes tablas para manejar con una soltura sorprendente los resortes del rock más melódico. De ahí que los testigos que desconocían las aventuras de la banda se quedasen con la boca abierta (entre ellos, los mismísimos The Undertones) ante el despliegue de los muchachos guiados por el mono furioso, que se vació al bajo. Si alguien pensaba que la inclusión de Furious Monkey House en el cartel era una simple anécdota, comprobaría con hechos que su meteórico ascenso está justificado por su habilidad para controlar la potencia rockera a sus cortas edades.
Por el contrario, el concepto ‘veteranía’ explotaría en su máxima extensión con Bunbury. Eso sí, previamente había que practicar un necesario ejercicio de aceptación para interpretar apropiadamente lo que se vería y escucharía a continuación: por un lado, los tics y clichés de rock de estadio (de los que se sirvió constantemente) y las poses propias del zaragozano; y, por otro, la paleta sonora que, junto a su banda Los Santos Inocentes, modela para reformular su vasto catálogo. Esa es la intención de su tour Mutaciones: repasar sus treinta años de canciones grupales y en solitario desde un prisma diferente. Algo que Bunbury demostró de manera evidente cuando recurrió a los himnos de Héroes del Silencio, de los que rescató unas actualizadas al rock contemporáneo “Iberia Sumergida” y “Mar Adentro”, una tamizada por el rock sureño yanqui “El Camino del Exceso” o una blusera “Avalancha”. Es decir, que Bunbury plasmó en Nigrán su evolución de los últimos años hacia sonoridades más propias de lejanas y cálidas latitudes, condimentadas con hierbas tex mex, rancheras o rockabilly y adornadas con toques polvorientos y crepusculares que se adaptan como un guante a su registro. Asimilados esas ondulaciones estilísticas, no hacía falta estar a la altura de los fans ataviados con sus correspondientes sombreros vaqueros bunburianos para ser consciente su condición de mito viviente del rock español, pese a que sus gestos exagerados a veces rozaban la auto-parodia. Claro que, en cuanto liberó a su “Maldito Duende” o encaró la final “Ladyblue”, ese pensamiento se disipó entre el temblor de la apoteosis surgida en Porto do Molle.
Otro experimentados en la asignatura rock, concretamente en su apéndice punk, que se lucieron en Nigrán fueron The Undertones. No se anduvieron con chiquitas: patearon culos juveniles como si tuviesen veinte años encadenando pildorazos que empujaban al pogo en las primeras filas del foso. Los cuellos se movían con vehemencia y las extremidades se agitaban con los clásicos básicos “Jimmy Jimmy”, “Here Comes The Summer”, “You’ve Got My Number (Why Don’t You Use It?)”, “Teenage Kicks”… ¿Qué más se podía pedir? Pues que el grupo fuese a más con cada tema, hasta el punto de que un sudoroso y exultante Paul McLoone acabó prácticamente descamisado. Un indicador del buen estado de forma de los norirlandeses y de sus actuales prestaciones, impetuosas y vibrantes. Por más que el repertorio resultase previsible, no dejó de ser disfrutable y, de paso, toda una lección de punk ofrecida con fidelidad a su espíritu original.
Una lección que se perdieron los seguidores acérrimos de Love Of Lesbian, que habían hecho guardia en las posiciones delanteras del escenario SON Estrella Galicia. Para ellos, la ocasión merecía eso y lo que hiciese falta: Santi Balmes y familia presentarían su último disco, “El Poeta Halley” (Warner, 2016), aunque esa razón parecía más bien una excusa para que el grupo aumentara su leyenda en PortAmérica retrocediendo a la parte de su pasado que les permitió dar el salto y traspasar barreras comerciales y de audiencia. Sin embargo, las nuevas piezas de ese álbum se recibieron con la misma efusividad con que se coreaban los greatest hits de los catalanes. Publiquen lo que publiquen, los reyes midas Love Of Lesbian siempre triunfarán entre sus acólitos.
En su descargo hay que reconocer que varias de sus rimas todavía resultan llamativas, pese a que su fórmula se muestra repetitiva, tal como se constató en Nigrán. Con todo, demostraron que conservan intacto su poder de atracción sobre el ser portamericano, ya recurriesen a facilones gestos populistas (dedicaron “Los Seres Únicos” a David Bowie y Prince ¿?) o lanzasen canciones que pertenecen al imaginario de las generaciones aficionadas al pop patrio (“Allí Donde Solíamos Gritar”, “1999”). Su eficacia incluso les posibilitó esquivar ciertos tramos peligrosos en los que el público no inscrito en su club de fans podía desconectar, pero ni siquiera le dio tiempo a dormirse entre todos los ‘ooohs’ y ‘aaahs’ que salían de las gargantas más dispuestas a que llegara uno de los momentos más esperados: “Club de Fans de John Boy”, catártico culmen del tercer (cada edición par cumplen con la cita) baño de masas de Love Of Lesbian en PortAmérica.
Seguro que a Talisco les hubiera encantado vivir una situación similar. Su pop-rock de anuncio, enmarcado en la escuela Two Door Cinema Club y el moderno indie-folk eléctrico de estribillos sencillos y adhesivos, quedaría pintiparado dada la ocasión. Pero se quemó tan rápido como aguantó prendida su corta mecha, por mucho que su líder, Jérôme Amandi, exhibiera sin descanso su emoción y agradeciera su presencia en el escenario Flooxer. Su tema más célebre, “The Keys”, sirvió como perfecto patrón del despliegue de los franceses en PortAmérica, cuya música, quizá, habría calado un poco más hondo si hubiese sonado a una hora más temprana.
Esa misma reflexión sugirió el concierto de León Benavente, colocado en el penúltimo turno de la noche para clausurar el escenario SON Estrella Galicia, aunque la solidez de su directo hizo volar por los aires cualquier acotación horaria. Su nueva aleación de bases electrónicas (las que renuevan su estilo en su último trabajo, “2” -Warner, 2016-) y rock granítico cuajó desde la inicial “Tipo D” (que se confirmó como hit, obviamente). A partir de ahí, Abraham Boba, disfrazado de neurótico maestro de ceremonias, comandó a una banda compacta que repartió a diestro y siniestro electricidad, pulsos new wave y veloz krautrock (“California”). Todo ello regado con las letras lacerantes que disparan contra nuestra realidad presente (“Gloria”, “El Rey Ricardo”, “Revolución”) insertadas entre riffs poderosos y los punzantes teclados de Boba. A pesar de no contar con el factor sorpresa de su anterior aparición en el festival dos años atrás, León Benavente lograron ser tan contundentes como un puñetazo en la mandíbula y que el ambiente no decayera antes de despedirse de PortAmérica 2016 con la sesión de Elyella Djs.
CUADERNO DE BITÁCORA: FIN (DE LA QUINTA PARTE) DEL TRAYECTO. Tras cinco ediciones y pese a su estrenada reducida duración, la fórmula que dota de significado a la esencia e identidad de PortAmérica ha conquistado de nuevo a una audiencia (tanto habitual como neófita) que no se conforma con asistir a eventos encorsetados, ya que busca estimular todos sus sentidos.
Ese propósito aperturista -que va desde el planteamiento musical transatlántico hasta los elementos que intervienen en su desarrollo sobre el terreno de Porto do Molle, pasando por el refuerzo de su propuesta gastronómica- le ha permitido en el pasado destacar rápidamente en la agenda festivalera no sólo gallega, sino también española. Pero, en este momento y mirando hacia adelante, esa misma visión audaz lo sitúa en una posición vigorosa que invita a creer que cualquier cosa será posible en PortAmérica. Se nos hacen la boca y los oídos agua sólo con pensar qué puede deparar su próxima edición. [FOTOS: Iria Muiños] [Más imágenes en Flickr]
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