Lo más difícil de convivir con el fenómeno es cuando supera las barreras musicales, y las expectativas que se crean en torno a tu persona (o, en este caso, casi “entidad”) son tan estratosféricas que a lo único que puedes atinar es a hacerte caquita en los pantalones. Manel ha sido una de las revoluciones más visibles del pop de las últimas, al menos, dos décadas. La duda está en si esa revolución se produjo por méritos musicales o por fusión mediática. Sería injusto declarar que «Els Millors Professors Europeus» (Discmedi, 2008) no es un buen disco. La realidad es que el primer LP tenía todo lo que tiene que tener y, si se quiere, algo más: bonitas melodías, costumbrismo, armonía entre los elementos, canciones accesibles para el gran y el pequeño público y un catálogo de sensaciones costumbristas que colocaban en una butaca al indie más acérrimo y, a su lado, a la ama de casa que la última vez que había sonreído con una canción había sido «La mujer que yo quiero«, de Joan Manuel Serrat. Manel encabezaron el sentir de una generación apiñada en torno a las guitarras acústicas, la canción de autor 2.0 y la eclosión y aceptación foránea del idioma catalán como biensonante, diferente y casi como subgénero en el mundo del pop estatal. Su estallido, sus desorbitadas ventas y esos tres años de mundo paralelo en el que el cuarteto barcelonés se encontró se consuman en “10 Milles per Veure una Bona Armadura” (Warner, 2011), segundo LP de una de las (ya se puede decir sin sonrojo ni miedo a exageración) bandas más importantes paridas en Cataluña en toda la historia. Da vértigo, ¿eh?
El reto del segundo disco que tan de cabeza está trayendo a toda esta nueva y gran generación de grupos de pop independiente de nuestro país (Vetusta Morla, Russian Red, La Bien Querida, Nudozurdo, Los Punsetes) Manel lo superan, aunque no con creces. Principalmente, sorprende ese cambio de registro hacia el barroco, la exaltación de la historia neorromántica y esa capacidad que se creía insalvable por eludir los estribillos que de tan costumbristas se metían en tu casa. “10 Milles per Veure una Bona Armadura” hace eso: cargarse los estribillos que tanto y tan bien les han dado de comer en su primer LP. La buena noticia es que no los necesitamos: nos topamos con una orquesta súper producida y perfectamente equilibrada donde elementos como el clavecín, el trombón, el arpa, la tuba, el oboe o el fagot, entre otros, conviven en perfecta armonía con unas estrofas sostenidas básicamente a golpe de texto histórico, coros en clave barítono y la teletransportación a un mundo donde los juglares corretean lanzando mensajes con sentidos neumáticos y los castillos, las armaduras y las batallas neoclásicas se debaten entre el reinado de Manel y el atento pueblo hambriento de nuevas canciones. Es lo que los grupos suelen hacer en un tercer o cuarto disco: adoptar la madurez y la necesidad de evolución ante la sobreexplotación súper sobada de un ejercicio agotado. Antes de caer en esa fórmula caduca, Manel se desmarcan de los mismos Manel y viran hacia hacia la canción que da alternativas a sus propias piezas.
Quien dijo miedo tendrá que comerse las palabras, ya que, sí, canciones como “El Miquel i l’Olga Tornen”, “La Cançó del Soldadet” o “Criticarem les Noves Modes de Pentinats” mantienen aquella herencia de infantilismo eternamente felíz que dejaron ver en su primer LP (por algo es probable que sean las canciones más especialmente destacables, a priori), pero no representan en absoluto al ambiente barroco y analógicamente pasado del disco. Quizá sean “El Gran Salt”, “Boomerang”, “Benvolgut” o “Aniversari” las canciones que tracen un pasadizo más ameno hacia un viraje de canción-dentro-de-canción, piezas que alcanzan sin pudor los cinco o seis minutos y salen airosas del novísimo ejercicio del cuarteto catalán. Aquel recochineo que los encumbraba como líderes de una canción solamente-folk y usurera a la versión catalana de gente como Bill Callahan o Sufjan Stevens (metamos dentro a El Petit de Cal Eril o Els Amics de les Arts, los otros dos grandes damnificados positivos del poderoso alzamiento de Manel) o los comparaba con cierto sentido instructivo con los Antònia Font menos surrealistas y los Mishima más cancioneros acaba de enterrarse debajo de una montaña de exiguo folk y bonitas nuevas canciones para tender la ropa, pero no para que Guardiola las coloque como himnos del Barcelona versión 2011-2012. Una pena, Pep, pero Manel no eran eso: son esto. Y con dos cojones, oye.
[Alan Queipo]