Hay muchos Sónars 2016… Pero el que vivió casi todo el mundo tuvo a un gran protagonista: la gran verbena que se marcaron los infalibles New Order.
La segunda jornada de RAÜL DE TENA en SÓNAR 2016… Domingo, 19 de junio. Casi las 7 de la mañana. En otros lugares, habrá gente que se acabe de levantar para salir a hacer running o para ir a comprar churros con chocolate y sorprender a su pareja con un desayuno en la cama. También habrán muchos padres despiertos por culpa del atronador sonido de los dibujos animados de sus hijos madrugadores en el salón… Yo, sin embargo, miro a mi alrededor y decido que ya es hora de ponerse las gafas de sol. Son los últimos minutos del Sónar 2016, que se ha celebrado del 16 al 18 de junio (aunque estemos ya a día 19) en Barcelona. En el escenario SonarLab, la sesión de Ben Klock da sus últimos coletazos como un pez que lleva demasiado tiempo fuera del agua… Como el cuerpo y la mente de muchos de los que llevamos tres días de festival.
Y, justo en ese momento, me pregunto dos cosas. La primera es, evidentemente, cómo voy a salir de este entuerto y volver a mi casa lo más rápido posible. La segunda es más compleja, y podría resumirse en la siguiente pregunta: ¿cuándo se me fue de las manos la noche? Al fin y al cabo, como suele ocurrirme en el Sónar, llegué al recinto de Sónar de Día con una estricta hoja de ruta. De hecho, en el taxi en dirección al recinto de Sónar de Noche le comentaba a mis amigos que me daba la impresión de que me iba a pasar la jornada totalmente solo, ya que esa misma hoja de ruta pasaba por el hip hop de nueva generación y no por la música de baile que suele apetecer mucho más cuando la luna está bien alta en el cielo.
Entonces, ¿por qué carajo no he visto nada de hip-hop en toda la noche? ¿Por qué me he perdido tanto a Skepta como a Stormzy cuando, a priori, eran mis dos platos fuertes de la noche? ¿Cómo he acabado bailando como si no hubiera un mañana al ritmo marcial, teutón, frío y calculador (también calculado) de Ben Klock en una sesión de cierre totalmente perfecta? Perfecta por lo que tiene de final devastador, de esos que no permiten un «después» porque se han asegurado de convertirse en «fin».
Hago memoria. ¿Cómo ha ido mi noche? Pues, a ver, justo antes de adentrarme en la boca del lobo de Ben Klock, fue el momento de perder la cabeza con los siempre efectivos Bicep. En el escenario, el ya icónico logo de esta escudería (tres brazos exhibiendo bíceps unidos por la coyuntura) daba vueltas sobre sí mismo mostrando diferentes visuales en su interior. Nada de sutilidad (¿¡para qué!?) a la hora de establecer paralelismo con la rueda en forma de espiral que utilizan los magos de tres al cuarto para hipnotizar a los incautos… Pero es que ¿quién es capaz de decir que no a esta sesión de hipnosis colectiva en forma de house desvergonzado que no le dice que no a retozar con géneros circundantes como el techno más calidorro o el disco más sensual?
Vale. Está claro que no fue en Bicep donde se me fue la cosa de las manos. Ahí tenía muy claro que estaba haciendo lo correcto: bailar, bailar y bailar. Tuvo que ser antes. Y antes de Bicep fue el momento del sorprendente baño de masas de Eats Everything en el escenario principal del Sónar de Noche, el SonarClub. Lo reconozco: por mucho que este hombre me parezca infalible, nunca pensé que podría llenar un espacio como el del SonarClub. Dan Pearce, sin embargo, demostró que sí, que se lo come todo, todo lo que le pongan por delante, a la hora de facturar una sesionaca muy tremenda que empezó arriba y acabó más arriba todavía a base de house con poderosísimas bases rítmicas destinadas a hacer sudar. Impactó ver y, sobre todo, sentir cómo Eats Everything llenaba el espacio de energía cinética, como una olla a presión a punto de estallar.
¿Puede que fuera entonces este hombre el que me hiciera perder la cabeza? No, venga, voy a despejar por fin la incógnita. Y es que, al fin y al cabo, perdí las riendas de la noche precisamente con quien juré y perjuré que no las perdería: con el señorito Laurent Garnier. Él fue el culpable de que Skepta y Stormzy estuvieran actuando en otros dos escenarios y a mi, básicamente, me la pelara lo más grande. Todos sabíamos que lo del SonarCar de este año era una trampa mortal: ¿siete horas de pincharrejeo de Garnier (y de Four Tet la noche anterior)? Sí, claro, muchos fueron los que dijeron que vaya palo. Que siempre lo mismo. Que qué 90s. Pero esos mismos fueron los que ficharon a las 12 de la noche y se fueron a casa a las 7 de la madrugada.
Mi caso no fue tan grave… Pero casi. He de reconocer que la noche anterior no pude acercarme a Four Tet en el renovado SonarCar (que, por cierto, por concepto y gestión del espacio, recuerda poderosamente a otra trampa mortal del calibre del Despacio de 2manydjs y James Murphy), y que el sábado sí que transigí porque, inicialmente, Kaytranada me estaba aburriendo soberanamente (hasta aquí mi reseña de Kaytranada, por cierto). Pero es que fue entrar en el SonarCar y empezar a bailar inmediatamente con los beats de Garnier. Si esto fuera una película, aquí habría un fundido a negro y volveríamos a fundir a un plano en el que miro el reloj y ya son casi las 3 de la madrugada. Lo peor es que mi pensamiento no es «me he perdido a Skepta y a Stormzy«, sino más bien «pues seguimos bailando aquí un ratico más, chiquis«.
Además es que podría decirse que ya había hecho los deberes en el Sónar de Noche. Antes del aburrimiento de Kaytranada, pude ver media horita de New Order en el escenario principal. Una indulgente e intrascendente verbena mayor de pueblo que incluso tuvo los santos cojones de cerrar encadenando «Blue Monday» y «Love Will Tear Us Apart«. Y, antes de New Order, una de esas actuaciones que te hacen pensar que ya se ha acabado la noche: mientras los de Bernard Summer congregaban a multitudes en el SonarClub a base de nostalgia por el pasado, en el SonarLab era míster Mura Masa el que daba lecciones de futuro recalcitrante a base de future beats sensuales y fragmentados con una vocalista que tan pronto asumía los vocales de Jay Prince como los de Shura en un set que demostró que no hace falta tener un LP para conseguir que tu show sólo incluya jitazos puros y duros.
Volvemos al domingo a las 7 de la mañana. Gente comprando churros. Gente haciendo running. Gente en sitios. Gente saliendo del Sónar 2016 en manada intentando coger taxis y buses y metros y lo que se pusiera por delante. Y yo que pienso: oye, a lo mejor tampoco estoy siendo justo a la hora de convertir a Laurent Garnier en el cabeza de turco de mi desfase de noche. A lo mejor todo empezó mucho antes. A lo mejor todo empezó cuando eran las 8 de la tarde y yo seguía en casa editando las crónicas del Sónar 2016 del día anterior cuando en verdad el cuerpo me hervía de ganas de salir pitando hacia el recinto de Sónar de Día. A lo mejor todo empezó cuando por fin llegué a ese recinto y me dejé caer en las manos de los chicos de Ed Banger y su showcase facilón pero efectivo. A lo mejor todo empezó allá, cuando inconscientemente decidí que ya había trabajado suficiente y que ahora era el momento de D-I-V-E-R-T-I-R-S-E.
Porque, al fin y al cabo, siempre hay muchos Sónars posibles. Uno de ellos es el del periodista que va con su hoja de ruta estricta y no se aparta de ella. Yo puedo ser uno de esos, la verdad. Pero también hay otro Sónar en el que, simple y llanamente, eres un ser humano con sus virtudes y sus vicios, que te dejas llevar por las sensaciones, las emociones, los amigos y el fluir de la masa de un lugar para el otro. Y resulta que yo también puedo ser uno de esos. Al fin y al cabo, y haciendo otro salto temporal, justo cuando Estela y yo estábamos abandonando el recinto, teníamos la siguiente conversación: «Creo que este año incluso me lo he pasado mejor que el año pasado«, «Ya, pero joder, el año pasado nos lo pasamos MUY bien«, «Sí, ¿cómo puede ser que cada año lo pasemos mejor?«.
Así que lo siento: puede que esta no sea la crónica que hubiera deseado escribir sobre el sábado en el Sónar 2016. Puede que me hubiera encantado deslumbraros con un texto sobre cómo el festival barcelonés sigue siendo el radar de la música más avanzada, en este caso de los nuevos y estimulantes pliegues que han salido de las arrugas del viejo hip-hop (algo que, por otra parte, seguro que es verdad aunque no pueda afirmarlo de primera mano). Pero, sinceramente, chiquis, el que no haya perdido dulcemente los papeles una noche, que levante la mano. Como diría mi madre: el que esté libre de pecado en el Sónar, que tire la primera piedra. Que se la devuelvo.
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La segunda jornada de ESTELA CEBRIÁN en SÓNAR 2016… Escribo estas líneas cansada pero feliz. Sin esa sensación de otros años de “mira, este año y no más, que yo ya no estoy para estos trotes”. Por primera vez en mucho tiempo, cierro el Sónar satisfecha y abrazando el dolor de brazos, las agujetas en las piernas y el bombomparapapa que se te queda en la cabeza durante días con gozo y alegría. Antes de salir por las puertas del recinto ferial del Sónar De Noche, ya comentábamos con el director de esta web que este ha sido el mejor Sónar de todos. Y que cada año salimos diciendo lo mismo. Llegamos a la conclusión de que no hay Sónar malo y que cada edición que pasa es mejor a la anterior. Será que somos muy de ponerle sabor a la vida y que fuimos a disfrutar. Y eso hicimos.
La jornada de día fue corta pero intensita. El festival recibió de nuevo la visita de la lluvia, esta vez en forma de intenso chaparrón que a muchos nos obligó a retrasar nuestra llegada hasta el recinto. Cuando puse los pies en el césped mojado, el SonarVillage estaba ya que no cabía un alma. Ahí estaban mis amigos. Allí me quedé. Celebración de cumpleaños. Tus amigos que no están trabajando como tú y, por tanto, no están para ponerse la mano en el mentón y comentar si la sesión esto o la sesión lo otro. Ellos quieren recibir por lo que han pagado: fiesta. Así que mi mood del sábado fue ligeramente más festivo que el del viernes. Y no porque el viernes no lo fuera. Pero, tras una jornada marcada por actuaciones como las de El Niño de Elche y Los Voluble o ANOHNI, con mucho calado reflexivo, el sábado fue un día de pasar con los brazos en alto haciendo “uuuh” como los indios. Y de esos polvos vienen estos lodos. Los de mis agujetas, digo.
El Village se puso patitas arriba con la sesión de Troyboi, cocida con olla a presión con dos ingredientes básicos: trap y funk. Esa fue la clave, que en la pista -o en el césped- se tradujo en un movimiento generalizado de brazos para abaho (como los gorilas) y culos ondulantes de izquierda a derecha, mucha gente blanca intentando bailar como los negros. Una ridiculez divertídisima. El productor londinense demostró por qué es uno de las apuestas a tener en cuenta en el nuevo relevo generacional de la música de baile. El testigo lo cogieron Section Boyz, el colectivo formado por Swift, Deepee, Sleeks, Knine, Inch y Little, y el trap le pudo al funk y a cualquier otra sensación que podía estar reinando hasta el momento. El sonido se endureció pero no por ello el ambiente. Y allí dejé a mis amigos, felices y haciendo el gorila. Mientras ellos cerraban el Sonar de Día, yo ya estaba en un taxi camino de L’Hospitalet para ver a New Order.
Y no es que me muriera de ganas, pero alguien tenía que hacerlo. Así, mientras en Mura Masa se ve que estaba pasando de todo, en el SonarClub pasaba lo de siempre que actúan los de Manchester. A saber: una hora de temas nuevos que casi nadie conoce y media hora de hits. Aún así, sonaron más seguros y mejor que la última vez que los vi, en el Primavera Sound de ya ni recuerdo cuándo. Aquél concierto lo recuerdo como una cosa horrorosa, y este se quedará en mi memoria como una agradable verbena indie en la que mi compañero David Martínez y yo planeamos locuras como entrevistar a Miare para esta web. Lo que viene siendo en misa y repicando. Cuando llegó la sección de hits, llegaban los que habían estado en Mura Masa diciéndonos que nos habíamos perdido el concierto del año. VAYA POR DIOS. Siempre pasa igual. Tuvimos que superar el FOMO con el encadenado de temas históricos como «The Perfect Kiss«, «True Faith«, «Temptation» y ese esperadísimo bis con «Blue Monday» y «Love Will Tear Us Apart«. ¿Nos cansaremos algún día de bailarlas?
La siguiente parada fue más breve de lo deseado. Uno de los más esperados por el sector noctívago de esta redacción decepcionó por consenso general. Será que nuestro cuerpo a esas horas ya pedía marcha, pero lo cierto es que aguantamos cuatro temas de Kaytranada y, cuando llegamos a la conclusión de que aquello no se levantaría, tomamos la mejor decisión de la noche: visitar en el SonarCar a Laurent Garnier. Y qué bien, oye. El francés sí que no falla. Siete horas de sesión que podían ser, perfectamente un «21 Días Escuchando a Laurent Garnier«. Con él entramos en velocidad de crucero gracias a su finísima selección de techno suave y house gozoso.
Podíamos habernos quedado toda la noche, pero decidimos enfilar hacia el SonarPub, escenario que este año solo nos ha dado alegrías. Allí hicimos músculo con Bicep, el dúo formado por Matt McBriar y Andy Ferguson, que se marcaron una sesión de techno gordote que, en mi humilde opinión, le pasó un poquito la mano por la cara al otro gran esperado de la noche, Ben Klock. Con este último se nos hizo de día, con los brazos en alto, las gafas de sol puestas y el corazón en la mano. Otro Sónar más llegando a casa con la sensación de haber pasado el mejor fin de semana del año.
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La segunda jornada de MIRIAM ARCERA en SÓNAR 2016… Sábado, el día mágico, el día de sacar todos los ases que tengamos en nuestra manga hasta que el cuerpo aguante. Eso sí, no te pasaste el viernes y acabaste protagonizando un capítulo de «The Walking Dead» tirado en un arcén. Como este no era mi caso, estaba fresca como una rosa, y antes de que el diluvio universal dejara unas cuantas camisetas mojadas en el Village, llegué al recinto del Sónar de Día para ver a Alva Noto en el SonarComplex. Ya sé que ha tocado unas cuantas veces en Barcelona, pero servidora no le había visto nunca ni había oído nada sobre su show (de verdad, no vivo en ninguna cueva, lo prometo), así que todo fue nuevo y sorprendente para mí.
Su show empezó de forma potente, con unos bajos retumbando en toda la sala y unos visuales que repartían flashes de luz que cegaban al público. El alemán nos dio a todos una bofetada en la cara y, en vez de apartar la cabeza, pusimos la otra mejilla, pidiendo más, a pesar de arriesgarnos a quedarnos sordos y ciegos. Su hipnótico concierto empezaba con ritmos que parecían latidos de un corazón y que lograban que hasta las sillas en las que estábamos sentados vibraran, mientras de fondo, y en dos pantallas, aparecían líneas curvas que se entrecruzaran y que recordaban a los típicos gráficos que representan el ADN. Luego estas imágenes se convirtieron en una especie de diagrama médico que mostraba unas constantes vitales que cada vez se movían más y más deprisa, para después convertirse en figuras rectangulares que viajaban a la velocidad de la luz y a sonidos que iban cada vez más in crescendo, subiendo la intensidad. Esos ataques epilépticos sonoros y visuales acababan mostrando un encefalograma plano al acabar cada canción, llegando la calma para luego volver a renacer en la canción siguiente. Si la electrónica puede ser punk, debe ser lo más parecido a esto.
Después de quedarme muy loca con lo que acababa de ver y oír en el SonarComplex, me dirigí al SonarHall a ver a Oneohtrix Point Never, conocido por su familia y amigos como Daniel Lopatin. Lo del americano también fue una locura increíble, quizás el concierto más especial y experimental que vi en el Sónar. Acompañado de un guitarra y con tres pantallas, dos verticales y una horizontal en las que se podían ver imágenes distintas, Lopatin creó un show lynchiano, de esos en los que no entiendes nada pero que no por ello deja de gustarte. Lo inexplicable a veces es lo más adictivo.
Visuales abstractos, de serie B, monstruos, samurais, mariposas y tumbas en imágenes que se sucedían de forma totalmente aleatoria mientras Lopatin presentaba los temas de su último disco, «Garden of Delete«, además de reproducir temas de «Returnal» hacia la mitad de su show. El responsable de toda la parte visual es el artista Nate Boyce, si os quedastéis igual de picuetos que yo al ver todo aquello, podéis saber un poco más del artista en esta entrevista. La primera parte del concierto fue una apisonadora que combinaba sonidos de videojuegos, con ritmos que podrían haber sido extraídos de alguna recopilación de «Máquina Total» y en los que cabía el metal, el grunge y el trap, todo mezclado pero no agitado y con la voz de Lopatin sonando como si le estuvieran practicando un exorcismo. Después la cosa se calmó un poco y el concierto fue hacia zonas más tranquilas, como decíamos, volviendo a sus primeros discos. Toda una experiencia.
Con la cabecita frita después de haber visto a estos dos grandes monstruos de la electrónica, nos dirigimos al Village para dejar un poco el cerebro en casa y darnos al baile sin sentido con Section Boyz. Aquí nos abandonamos y bailamos como si fuéramos familiares de Beyoncé. Ya sé que da bastante pena que haya un grupo masivo de blancos bailando como si fueran negros pero sin su gracia natural, pero oye, qué se le va a hacer, hay que disfrutar de la vida, amigos. Luego hicimos una pequeña pausa para volver con la Ed Banger House Party, que vaya si fue una fiesta. Tanto, que sñolo nos acordamos de bailar con mucha felicidad a ritmo de lo que Busy P, Para One y Boston Bun nos ofrecieron para cerrar la jornada de día.
Empezaba la noche, y no queríamos perdernos por nada del mundo a Santigold. Santi White volvía después de cuatro años de ausencia para presentar «99 cents«, su último álbum, con dos bailarinas que no podían ser más top porque, no sé, igual el escenario explota. Intentamos emular a las bailarinas repitiendo torpemente sus coreografías, porque tenemos alma de vedette y no tenemos vergüenza ni la hemos conocido, y lo pasamos francamente bien. El SonarPub se convirtió en una fiesta con canciones como «Big Boss Big Times Business«, «L.E.S Artistes«, «Disparate Youth» y otros tantos temas que hicieron que casi se nos dislocaran las caderas y acabáramos en el hospital. Con imágenes de microondas, móviles y anuncios que prometían convertir un selfie en cualquier producto y las bailarinas, meneando cestas de la compra y moviendo carteles de «We buy gold» como si fueran mujeres anuncio, el concierto fue eso, puro oro. Incluso hubo una invasión de escenario consentida casi al final del concierto. Una auténtica fiesta.
Siguiendo con los bailes sexys, meneamos un poco el culo con Kaytranada, quien se presentaba con las ilustraciones muy coloridas y psicodélicas de fondo, obra de Ricardo Cavolo, mientras hacía un recorrido sonoro por el house, hip hop, r&b, funk y recuerdos de los 80, haciendo que el personal y concretamente una servidora, se abandonasen a bailar como si no hubiera un mañana.
Después de esto, todo fue desparrame y recuerdos difusos, como suele pasar en el Sónar. Porque no nos engañemos, cuando llegan ciertas horas de la noche, se trata de sentir la música con el cuerpo y no con la mente, dejando que todo fluya, sobre todo en un festival como el Sónar, donde el hedonismo es el protagonista indiscutible cuando el cielo se vuelve oscuro. Vi algo de Booka Shade y sus luces láser, que también nos hicieron bailar suave gracias a los ritmos melódicos que nos ofrecieron los berlineses. Después de un ir y venir por varios escenarios, volvimos al SonarClub para ver a Fatboy Slim. Norman Cook nos ofreció un show para mi gusto demasiado pachanguero y cutre, que mezclaba canciones como «Samba de Janeiro» con «Seven Nation Army» de los White Stripes, para luego seguir con Prince y por último acabar con «Praise You» mezclada con un sampler de «Crazy in Love» de Beyoncé, o eso nos pareció escuchar.
Intentamos también ir a ver a Laurent Garnier al SonarCar, pero aquello fue imposible, así que decidimos hidratarnos y, para nuestra sorpresa, nos encontramos con una de las actrices de «El Futuro» de Luis López Carrasco, al otro lado de la barra. A nuestro lado estaba el montador de la película. Si no la habéis visto, hacedlo ya, por ejemplo el día de las elecciones, antes de ver los resultados, ya veréis que magia. Después de andar de un escenario a otro decidimos que, el mejor escenario de todos, como ya dijimos el viernes, era el escenario SonarCama (nombre por cierto inventado por David con mucho acierto). Hasta el año que viene, Sónar.
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La segunda jornada de DAVID MARTÍNEZ DE LA HAZA en SÓNAR 2016… Por lo que a mí respecta, la jornada del sábado del Sónar tenía un nombre y sólo un nombre. Dos palabras marcadas a fuego desde que se anunció el grueso del cartel del festival: NEW ORDER. Y es que el hecho de que una de tus bandas favoritas de la vida se presente en tu ciudad a tocar canciones de su nuevo disco y sus éxitos de toda la vida no ocurre cada año.
Cuidado, tampoco quiero ponerme excesivamente romántico, pues es cierto es que esta era la tercera vez que veía en directo a New Order en el último lustro, siendo la primera en la ahora mítica por infaustos motivos sala Bataclan en París y la segunda, apenas unos meses después, en el mismo escenario que esta vez volvía a alojarles, el SonarClub. Así que la coartada nostálgica-emocional estaba relativamente cubierta esta vez, como también el elemento sorpresa. Y ahí radica quizás el mayor inconveniente de la actuación de New Order en este Sónar que acaba de echar el cerrojo: minimizado el impacto sentimental de verles en directo, la banda ofreció un nulo componente de sorpresa en su concierto.
No tengo inconveniente en que el setlist que presentaban Sumner y compañía se nutra principalmente de su último disco, “Complete Music”. Primero, porque es lo habitual y entiendo que es difícil salirse de la norma, más aún en un contexto de macrofestival como este; segundo porque, en fin, convengamos que “Complete Music” es un aceptablemente buen disco. Y ahí estuvieron para certificarlo “Singularity” como apertura y “Tutti Frutti”, “Restless” y “Plastic” (estas dos últimas quizás las favoritas del álbum) en el núcleo central de la actuación.
También estoy a favor de que insistan en recuperar algunos éxitos no tan masivamente obvios, como “The Perfect Kiss” o “Your Silent Face”. De hecho, ojalá hubieran seguido la senda de la clase media-alta en el setlist, pero olvidaron temas como “Love Vigilantes”, “5 8 6”, “Thieves Like Us” e incluso “Ceremony”, que han tocado en mayor o menor medida este año, o un “World In Motion” que venía al pelo para la ocasión por el contexto futbolístico, y siguieron ninguneando dos de sus (para mi gusto) mejores discos, como son “Republic” o “Technique”. Vamos a ver, que no pasa nada si un día nos sorprendéis a todos y dejáis fuera “True Faith” o “Blue Monday” y os marcáis un “Shellshock” o un “Touched By The Hand Of God” para goce absoluto de la fanaticada.
Lo que sí me sigue pareciendo obsceno es la constante recuperación verbenera que hacen New Order de “Love Will Tear Us Apart” en un desgraciado ejercicio de prostitución, convirtiendo una de las canciones más jodidas jamás escritas en la historia del pop en un himno coreable para unas masas que vociferaron su mítico riff a grito de ‘tro-lo-lo’. Por resumirlo de forma grosera, New Order han convertido “Love Will Tear Us Apart” en el “Chiquilla” del indie. Y eso no te lo perdonaré jamás, Bernard Sumner. Jamás.
Unos visuales tirando a pobres (y, si no me engaña la memoria, reciclados de giras anteriores) acompañaron a una banda en la que siempre es emotivo volver a entrever a Stephen Morris y a Gillian Gilbert, y donde Bernard Sumner demostró que, en fin, jamás hubiera llegado a la fase final de “La Voz”, pero sí una encomiable suficiencia a la hora de afrontar la hora y media de concierto sin desfallecer.
Así, como se queda uno después de leer esta crónica, con un sabor agridulce y un poso amargo, me quedé yo tras el tercer concierto de New Order que tenia el privilegio de presenciar. Esa conocida sensación de sí-pero-no que suele impregnar nuestras vidas, volvió a aparecer en la medianoche del sábado. Tras eso, el ánimo ya estaba bastante tocado y ni siquiera un Kaytranada brillante en su sesión en el SonarPub pudo acabar de remontarnos moralmente. Terminaba así un Sónar en el que, contrariamente a lo que vivieron otros compañeros de redacción, tuve la desventura de escoger una ruta desigual, con menos actuaciones memorables que en anteriores ocasiones. A ver si en 2017 vuelvo a la senda ganadora.
Sónar 2016: fin de la cita.
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