El punto de partida de «High-Rise» es altamente impactante… Pero ¿consigue Ben Wheatley que su película esté a la altura de ese punto de partida?
No hay que menoscabar en absoluto el concepto, la idea y el atrevimiento de Ben Wheatley a la hora de concebir y ejecutar «High-Rise«. Una idea, una ucronia, que no destaca tanto por su metáfora como por el arrojo visual del que, al menos en su concepción, quiere hacer gala. En el fondo la idea que transita en el film, a la que nos referiremos inmediatamente, es la descripción del poder, lo que comporta, lo que produce y los efectos que genera en la sociedad.
Un mundo este, el del poder, reflejado en un microcosmos en forma de edificio donde cuanto más arriba se vive, más prebendas y poder se tiene. Un mundo ensimismado cuya realidad exterior parece no existir y que se dibuja a través de un estética setentera anacrónica y una arquitectura que bebe tanto de Le Corbussier como del estilo Luzhkov soviético. Algo también simbólico en tanto que encarna la mezcla entre la utopía socialista, su degeneración monstruosa totalitaria y su conversión final en isla grotesca, en espejo deformante del idealismo buscado.
Y hasta aquí las piezas dispuestas en el tablero. Porque, más allá de eso, a «High-Rise» le ocurre como al edificio, que se abigarra y degenera hasta convertirse en una parodia grotesca de lo que pretendía ser. El mensaje sobre los resortes del poder, sobre la facilidad en que la animalidad se puede apoderar del ser humano y convertirlo en bestia salvaje, queda claro y diáfano desde el primer momento. El problema está en que una idea tan clara es forzada hasta extremos delirantes mediante una presunta intelectualización de la misma y un guión que se esfuerza a cada segundo en forzar frases de presunta trascendencia.
En cierto modo, «High-Rise» plantea un debate sobre la adecuación formal al (sub)texto que quiere interpretar visualmente. ¿Era necesaria la magnitud de delirium tremens utilizada? ¿Se necesita intelectualizar una idea para darle mayor relevancia? Y/o, finalmente, ¿realmente estamos ante un mensaje tan trascendente que merezca este grado de ambición? Preguntas todas ellas que Ben Wheatley, y al menos eso es positivo, no duda en responder mediante una apuesta que al director se le antoja irrenunciable. No hay concesiones de estilo o comercialidad en «High-Rise«, y en este sentido es cierto que podemos hablar de firma autoral.
No obstante la sensación es que toda esa grandeur estética, esa profusión de voluntad férrea por ofrecer un mensaje importante vía revolución formal, acaba por desbocarse, por ser justo lo que no quería ser, es decir, una parodia de sí misma. Una función donde las idas y venidas argumentales conforman un bucle engolado, a vueltas incomprensible que pasado gran parte del metraje ya no aporta absolutamente nada que no comprendiéramos de buenas a primeras.
¿El resultado de todo ello? Tedio e irritación, porque la sensación es que, con todo el aparato armado y cuidado hasta el último detalle, no sólo se tiene la sensación de que el film daba para más sino que realmente el mensaje se desvirtúa completamente, como si al final ya no importara tanto el qué sino el cómo. Y lo más grave de todo es que también el cómo acaba desmoronándose en una autocomplacencia, y perdón por la redundancia, nada complaciente.
[taq_review]