No te culpamos si desconfías del hecho de que David Duchovny haya escrito un libro ecologista para niños… Pero haznos caso: «Holy Cow» merece la pena.
Hemos aprendido (un poco a la fuerza) a desconfiar de los grandes gestos ecologistas de las estrellas del montón. Al fin y al cabo, ya nos la han dado con queso demasiadas veces todos esos actores y actrices de capa caída (o celebrities de medio pelo) que han intentado volver a estar en primera línea de fuego a través de alguna que otra artimaña tipo presunta ayuda humanitaria o campañotes para salvar al lince ibérico. Y, oye, si cualquiera te para por la calle y te dice que David Duchovny ha escrito un libro ecologista, no sería extraño que tu respuesta fuera del tipo «¿Perdona? ¿Mulder? No me creo nada…«.
Pero aquí ocurre una cosa: si David Duchovny hubiera lanzado «Holy Cow» hace ocho años, podríamos habérnoslo tomado como un intento de obtener de nueva la atención de los tiempos de «Expediente X«… Pero, por el contrario, este libro editado en nuestro país por la editorial Stella Maris se publica en la segunda juventud interpretativa de Duchovny, justo cuando su serie «Californication» le ha vuelto a situar en lo más alto de la cadena de mando hollywoodiense. Así las cosas, si el tipo ha decidido escribir un libro ecologista, ¿no merece el mínimo beneficio de nuestra duda?
Porque, además, «Holy Cow» no es una facilona e inicua campaña de apoyo a una causa perdida: es un libro, y eso significa una considerable inversión de tiempo y esfuerzo. De hecho, es un libro en el que se intuye no sólo una intención afinada, sino también una estrategia bien pensada: si quieres que el discurso ecológico medre, ¿a quién tienes que atacar? Evidentemente, los adultos ya tenemos nuestros vicios y (escasas) virtudes. Así que Duchovny aborda «Holy Cow» como una de esas nuevas ficciones para niños con una capa subterránea que sólo entenderán los adultos.
Como un moderno Esopo, David Duchovny crea una fábula moderna en la que animales parlantes se enfrentan a un panorama contemporáneo verdaderamente devastador. La protagonista del libro es Elsie, una vaca que un buen día se topa con un televisor en el que descubre la gran verdad: que los seres humanos han desestabilizado la cadena alimentaria a base de verdaderas burradas en las que los animales son tratados de forma inmoral. Su momento de iluminación es particularmente doloroso: «Vosotros los humanos os bebéis nuestra leche y os coméis los huevos de las gallinas y los patos. ¿No tenéis suficiente? ¿No tenéis suficiente con que os demos nuestros hijos y lo que se supone que es para ellos? Y si no tenéis suficiente, ¿cuándo lo tendréis? Todo lo que hacéis los humanos es tomar de la tierra y sus hermosas criaturas, tomar tomar y tomar, ¿y qué dais a cambio? nada. Sé de humanos que consideran un grave insulto ser llamado animales. Bien, yo nunca concedería el gran honor de llamar animal a un humano, porque puede que un animal mate para vivir, pero nunca vive para matar. Los humanos tienen que ganarse el derecho a ser llamados animales otra vez«.
«Holy Cow» es un libro divertido que se lee del tirón, con un ritmo impecable y varios momentos realmente gloriosos (incluso para el lector adulto).
Dispuesta a cambiar su destino, Elsie planea ir a la India para ser divinizada, aunque a su viaje se unirán Shalom, el cerdo que quiere ir a Israel para ser demonizado pero nunca comida, y Tom Turkey, un pavo que sueña con vivir en Turquía. Juntos, se embarcan en una odisea que podría verse como una versión gamberra -pero sin pasarse- del universo de Aardman («La Oveja Shaun«, etc.). Una aventura que, sin embargo, a veces hace aguas en un mar de indefinición ambigua: incluye algunos patinazos pedantes imposibles de ser asimilados por los niños, aunque el conjunto es demasiado ramplón para que un adulto se lo tome completamente en serio. Eso si no tenemos en cuenta que, en ocasiones, los protagonistas se comportan de forma incoherente, haciendo referencias a la subcultura pop en la onda de «Padre de Familia«, por ejemplo, para a continuación dejar claro que Elsie nunca ha visto la televisión, que es donde podría haber adquirido el conocimiento de esas mismas referencias.
Aun así, no se puede negar que «Holy Cow» cumple sus dos funciones primigenias: por un lado, es un libro divertido que se lee del tirón, con un ritmo impecable y varios momentos realmente gloriosos (incluso para el lector adulto). Y, por el otro, su accesibilidad absoluta refuerza más todavía el mensaje ecologista que quiere transmitir: «No está bien ser rechazado, ni está bien ser adorado. No somos dioses ni diosas, ni demonios ni bestias. Ya sé que la naturaleza tiene dientes y garras rojas. No culpa Wolfsheim por intentar comernos; está en su naturaleza, es lo que necesita para sobrevivir. Y sé q ue una vida vivida como la de Mallory puede tener dignidad y santidad, que puedes pasar unos cuantos buenos años en una granja, tener un hijo y luego ser sacrificada para alimentar a alguien. Hay en eso una belleza circular y sencilla. Resulta que soy vegetariana como todas las vacas, pero no soy tan ingenua para pedirle a un tigre que abandone la carne y coma brotes de soja. Todos somos animales y tenemos nuestro lugar en el seno de la Madre Naturaleza. Sólo el hombre se ha separado de la gran cadena del ser y de todos los demás animales, y pienso que el resultado ha sido un gran prejuicio y una gran tristeza para él, y para nosotros.»
No hace falta tampoco que seamos naïves: David Duchovny y su «Holy Cow» no van a cambiar el mundo. Ni mucho menos. Pero no estaría de más incluir este libro en las lecturas de los más pequeños para que el mensaje se quedara ahí, en el fondo de su mente. Sólo así, desde la base, se puede cambiar un panorama tan pesimista como el que nos ha tocado vivir. [Más información en la web de Stella Maris y en el Twitter de David Duchovny]