«Amor Tóxico» acaba de fascinar en el D’A 2016… Y Reyes Calvillo se imagina cómo sería su vida como la película de Norberto Ramos del Val.
Me sigo negando a pensar que va a pasarme lo mismo hasta los treinta.
Me sigo negando a creer que, en algún momento de mi vida, se me va a aparecer un Quim Gutierrez cuarentón (igual de feo pero menos petado, posiblemente) dispuesto a cambiarme la vida y a hacerme todo lo que obvié estos años. Me niego a existir sabiendo que lo que nos queda es resignarnos al inicio de cada cita, a empezar escuchando: (léase con voz y entonación de Darín) “Yo no vine aquí buscando nada serio. Mi vida ahora mismo es un poco diferente. Yo quiero conocer gente. ¿Sabes? Ya vi a muchas como tú. Estoy en un momento difícil. No quiero comprometerme«… Y todas las variantes que derivan de la idea principal: «yo he venido aquí a ver si hoy pincho«.
Anestesiarnos con morfina y chutarnos de ibuprofeno no va a hacer que la herida desaparezca. El dolor se va, pero la cicatriz sigue ahí. Podemos jugar a intoxicarnos con corazas y libertinaje, probar que somos muy fuertes y modernos, que nada duele. Podemos mentir y engañarnos, envolviéndonos en un ritual que “una de cada veinte veces acabará en polvo, y que una de cada treinta resultará satisfactorio.”
El domingo por la noche decidí borrar del videoclub todas las comedias románticas, porque hay momentos de nuestra existencia en los que no nos apetece ver series de la BBC ni cine polaco. Hay etapas en las que, a falta de valor para clavarnos un cuchillo, nos hacemos un ciclo completo de las románticas de los Farrelly y acabamos derivando en las tiernas de Arévalo.
El lunes alguien puso en mi destino «Amor Tóxico«, Y HACÍA FALTA. Hacía falta porque hay que emborracharse a veces para que escuezan las heridas. Como decía Trueba: “Yo quiero lo mismo que todo el mundo: si puedo, follar”.
«Amor Tóxico» puede ahorrarte unas pocas sesiones de psicólogo y bastantes libros de autoayuda. Un terror digno de entrar en Sitges porque, para qué engañarnos, tu ex te pone, te pone más tenso que Aníbal Lecter en una reunión de veganos.
La bebida va desmaquillando a los personajes, la lluvia de copas se derrama y va disolviendo una máscara tras otras que estallan en miles de pedazos y, entonces, mordemos el vaso. Destrozamos lo que nos estaba salvando. Tiramos de él con fuerza y trituramos los restos en la boca, así como masacramos nuestra propia careta que acaba de desaparecer. Los labios ensangrentados y la lengua cortada, daños colaterales de un beso. ¿A qué cojones estamos jugando si hemos venido a herirnos? A eso que llaman amor, a clavarnos los restos.
Estamos totalmente locos.
Vamos a abalanzaron sobre el otro y a clavarle los cristales que quedan en nuestras fauces. Vamos a destrozarnos entre el pasado y el presente, vamos a rasgarnos las heridas, a dejar cicatrices, vamos a dolernos y, mañana, ya vendrá otro a curarnos.
El chute de endorfinas no nos hará sentir dolor. Seremos capaz de levantarnos, de mirarnos a las cara, de acabar juntos en un banco, a las tantas de la madrugada, y rugirnos, voraces: “Mañana empezará la verdadera pesadilla”. [Más información en el Facebook de «Amor Tóxico»]