¿Eres de los que ven pelis y series para sentirse optimista y amoroso? Entonces «Love», lo nuevo de Judd Apatow, no va a ser tu nueva serie favorita.
Por un lado, Judd Apatow, persona humana que, ya sea desde la realización o desde la producción de proyectos de colegas y compañeros de fatigas, lleva un buen tiempo explorando diversas constantes tal y como la exploración de la armadura agrietada del modelo masculino en las representaciones audiovisuales de nuevo siglo o la desmitificación del concepto de pareja por la vía de ese tipo de comedia que suele encerrar verdades como puños. Por el otro lado, Netflix, que hace nada y menos ya sorprendió con una serie cómica como «Master of None«, donde la desmitificación del concepto de pareja también estaba presente aunque a modo de corolario de la temática central.
Si sumamos dos más dos, el resultado es «Love«, una serie que abría el 2016 como una de las más esperadas del año y que, sin embargo, una vez ya disponible en Netflix, parece ser que no ha alcanzado el nivel de masividad que prometía. Al fin y al cabo, las promesas eran múltiples y dulcemente gozosas: la nueva incursión en televisión del creador de «Freeks & Geeks«, una visión diferente (pero realista) del mundo del amor y las parejas y las primeras citas y, para rematar la faena, un casting encabezado por Paul Rust (humorista con cierta proyección en EEUU) y Gillian Jacobs (la eterna Britta de «Community«). Repito: lo tenía todo.
Si alguien me pregunta, me resulta completamente incomprensible por qué «Love» no se ha convertido en una especie de locura viral que llegara incluso a tu prima segunda la del pueblo que lo más moderno que ve en la televisión es «El (jodido) Ministerio del Tiempo» y «El (puñetero) Amor en Tiempos Revueltos«. Bueno, vale, sí que es comprensible: a la gente le gusta la ficción porque es precisamente eso, ficción. Al parecer, la cantidad de personas humanas que se ponen delante de una pantalla para que su propio reflejo distorsionado arroje sobre su conciencia todo un grupo de preguntas es minúsculo. O, por lo menos, no hacemos nada de ruido en comparación a los fans de «Anatomía de Grey» y similares.
Y una cosa debe quedar clara aquí y ahora: el reflejo que propone «Love» es distorsionado pero reconocible. Un reflejo con el que no sólo puedes sino que debes sentirte identificado. Es ahí, en el espacio intermedio entre la distorsión ficticia y tu propia realidad, donde la serie clava las banderillas de sus preguntas más elocuentes. No sorprende, entonces, que el guión esté firmado por Paul Rust y su propia pareja Lesley Arfin, ya que en el libreto original se intuyen toneladas de vida real que sólo puede ser aportada por los dos puntos de vista que hacen en una relación: el de él y el de ella (en este caso, aunque es igualmente aplicable a él y él o ella y ella o él y un paquete de harina… whatever!).
Habrá que celebrar que, tras sus alegatos feministas como productor de Lena Dunham («Girls«) y Amy Schumer («Trainwreck«), Judd Apatow ya no sólo no tenga que quitarse de encima el sanbenito de misoginia que le cayó por culpa (o gracias a) sus primeras producciones, sino que por fin consigue ofrecer una visión ecuánime y equilibrada de la guerra de sexos: los personajes de Gus (Paul Rust) y Mickey (Gillian Jacobs) no podrían estar definidos de forma más certera y verosímil. Él, un tutor para niños actores con ínfulas de guionista y con un ego tan grande que no sólo le obliga a mostrarse perfecto ante su pareja (que le deja en los primeros minutos de la serie), sino que también le conduce a ataques de egolatría que acaban afectando a su trabajo. Ella, la asistente de un psicólogo radiofónico con una tendencia peligrosa hacia la adicción, ya sea adicción al sexo, a las drogas, al alcohol… o al amor.
El primer capítulo de «Love» deja bien claro que la magia no existe: los dos protagonistas sólo se encuentran en los últimos minutos del episodio, y ni así son capaces de conseguir que el espectador se crea que su encuentro puede ser algo más que casual. Al fin y al cabo, el capítulo al completo muestra a dos personas que no podrían ser más diferentes e incompatibles… Y, sin embargo, a partir de ahí la serie consigue mostrar cómo lo incompatible acaba compatibilizándose no por la vía ni del trabajo duro ni del deus ex machina ni del golpe de guión ni de nada similar. Que nadie espere una comedia de enredos buenrollistas en los que esas incompatibilidades salen a la superficie para crear situaciones hilarentes: por el contrario, las incompatibilidades de Gus y Mickey son jodidas, inquietantes, violentas, chungas a más no poder.
«Love» al completo se ve atravesada por situaciones que incomodan al espectador. Claro que hay humor, claro que hay risas, pero lo que prima aquí es que nadie es un santo en esta relación y que, al final, la compatibilidad de los personajes nace en la aceptación de su cara más abyecta, no en la celebración de sus virtudes. Es más: al acabar el último capítulo, el espectador puede seguir pensando perfectamente que lo de Gus y Mickey está abocado al fracaso. No estamos ante «New Girl» y su búsqueda optimista del amor parejil. Estamos ante dos discos de vinilo medio rotos que intentan reproducir la misma melodía a la vez pero que se encuentran continuamente con saltos de la aguja que acaban «hiriendo» más todavía su superficie…
Por suerte, Netflix ha confirmado que habrá una segunda temporada formada por doce episodios que se estrenarán el próximo año 2017. Lo que viene a significar que, a diferencia de ese puñado de cancelaciones que nos dejaron con ganas de más, aquí sí que sabremos qué ocurre con Gus y Mickey. Pero, un momento… ¿No molaría lo más grande que «Love» se convirtiera en una serie que acabara con «y fueron felices y comieron perdices… cada uno en su puta casa, porque se detestaron el uno al otro y no se volvieron a ver jamás«? [Más información en la web de «Love»]
https://youtu.be/A7yK0w4_wzI