Después de «2 Caraduras en Crisis», volvemos a reencontrarnos con Bertín Osborne y Arévalo en «Por Humor Al Arte»… Te explicamos qué tal todo el tinglado.
¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue ayer cuando Fantastic Plastic Magazine se embarcaba en uno de sus proyectos más bizarros y locurosos posibles: asistir al espectáculo de Bertín y Arévalo (o Arévalo y Bertín, tanto monta, monta tanto) «Dos Gemelos en Crisis» y, posteriormente, entrevistar a uno de ellos, el gran Paco Arévalo. Un año después y con la llegada de su nuevo espectáculo «Por Humor Al Arte» (cuyo tráiler nos avanzó Arévalo en primicia mundial), Fantastic Plastic Magacine no podía faltar a la cita, así que calzados con nuestras Panamá Jack decidimos adentrarnos en la obra de estos titanes del humor patrio en el que ya sin rubor podemos afirmar que son los papeles… de su vida.
Audiencia. Al igual que el año anterior, y como previa interesante al espectáculo (o como parte del mismo, vaya usted a saber), nos disponemos a sondear los estratos sedimentales formados entre la audiencia. Quizás sea exagerar, pero el prejuicio por un lado y la experiencia por otro nos preparaban para algo más parecido a una excavación arqueológica que para un estudio de investigación de actualidad. Nada más lejos de la realidad: la transversalidad entre la audiencia era un hecho más que evidente. Familias sacadas del jurásico inferior, zagales con la camiseta de Manowar y los ya tradicionales dúos de pepetes y enriquetes conformaban una panoplia de edades que ya quisieran ver en el Primavera Sound o en el Imperator, templos del apartheid generacional.
Claro está que lo mejor estaba por llegar: pocos minutos antes del inicio de la obra y cuál Moisés abriendo las aguas hizo acto de presencia el único hombre vivo en la tierra capaz de eclipsar en gracejo y galanería al propio Bertín. No, no estamos hablando de George Clooney, sino del hombre cuya sola presencia es capaz de… En fin, hablamos de Joan Laporta Estruch, el alquimista del corazón, el mago de Luz de Gas, el emperador de las fiestas neronianas en yates de lujo.
El procés. La política vuelve a ser, aunque de forma algo más soterrada, un elemento central en el show. No faltan los comentarios jocosos sobre la corrupción, Rajoy, los podemitas y, cómo no, Pujol, sus viajes a Andorra y ya de paso lanzar puyitas más o menos jocosas al independentismo. No obstante hay un cierto déjà vu en todo ello. O, mejor dicho, al igual que en el procés, se nota un enrocamiento, un estancamiento en un círculo nada virtuoso que sitúa el tiempo en el mismo preciso instante en el que estábamos hace cuatro años.
Sí, lo de Pujol y amics de Convergència dejó de ser de actualidad allá en pleistoceno medio, cierto. Pero también lo es que el público sigue riendo esas gracias, sigue anclado en el tema y, por tanto, no se necesita actualizar algo que sigue funcionando, aunque ya sea sólo un pálido eco de la actualidad. Por otro lado contar entre la audiencia a independentistas confesos riendo a mandíbula batiente nos indica la transversalidad del humor, la capacidad de negar esa presunta fractura social catalana. O sea, que en el fondo, y quizás de forma involuntaria, Bertín y Arévalo son aglutinadores, capaces de generar una concordia que ríase usted de la volkgemeinshaft.
Eco. Show. La pata coja. Centrándonos en el espectáculo propiamente dicho, nos hallamos ante una pequeña decepción. Uno imaginaba una renovación total de sus contenidos, un update que nos llevara a nuevas cimas de la carcajada. Sin embargo, sólo detectamos pequeñas pinceladas de gags novedosos aquí y allá, como si «Por Humor Al Arte» fuera de alguna manera la versión teatral del Barça desinflado de Luís Enrique. Tanto es así que, aún funcionando a medio gas y con la iteración por bandera, se sigue llegando a momentos absolutamente diosales que basculan entre la comedia del absurdo y el esperpento valle-inclanesco.
Situaciones estas que, si bien no tapan la mecánica rutinaria, sí consiguen mitigarla. Sí, Bertín sigue con su “buenas tardes señora”, pero qué más da si la sala la sigue coreando. Arévalo sigue con su rol de “mellizo” débil protegido por su hermano, y eso sigue gustando por la transmisión de valores, de humildad, ternura y cariño. Y la pierna dormida. Como no, la pierna dormida como símbolo de vejez, de espejo del público. Un rolling gag que perdura durante todo el espectáculo y que sin duda no es precisamente el epítome de la sutilidad, pero que tiene la suficiente fuerza para ser sin duda el gag que mejor funciona y que, por tanto, lejos de ser desdeñado merece el aplauso más sentido.
Climax. Stand up ovation. Conclusiones. Para cualquier persona cuya pubertad pasó cuando Imhotep diseñó la gran pirámide de Keops, ver a un hombre de cierta edad simular una masturbación armado con una zambomba debería ser motivo de vergüenza ajena. Pero no nos llevemos a engaño: sin duda, este y no otro es el momento más esperado y de máximo esplendor de la obra. Arévalo, como si fuera un imperator furioso de la vida, da rienda suelta a toda su capacidad expresiva, a todo su poderío escénico. Sabe muy bien lo que hace y a dónde quiere llevar a la audiencia, a su paroxismo de carcajadas locas, a hacernos sentir parte de algo muy loco precisamente por lo improbable de su existencia pero que, sin embargo, sucede ante nuestros ojos. Con ello, no queda más remedio que levantarse y romper en aplausos pantagruélicos.
No es para menos, ya que con este desenlace la obra pasa de ser un evento gracioso a alcanzar el nirvana de lo grotesco, el pico máximo de la transgresión hacia el camino de lo políticamente incorrecto. A pesar de ello, hay algo que no acaba de funcionar en «Por Humor al Arte«. Quizás por la críticas vertidas, quizás por el tema de los papeles, pero se nota un deslizamiento hacia un entretenimiento más familiar, menos atrevido. Algo que se nota, por ejemplo, en la suavización de los chistes, esencialmente en el tema homosexual, como si Bertín se sintiera algo más cohibido con el tema. Sí, se echa de menos algo más de arrojo y virulencia en la incorrección, en la transgresión. Sí, todo ello pone a la obra un escalón por debajo de «Dos Caraduras En Crisis«, pero al fin y al cabo fuimos a reír y reímos. No le busquemos tres pies al gato: esta es una obra para disfrutar, dejarse llevar y pa na má.