Emily Carroll recupera el arte del cuento como agujero negro en «Cruzando el Bosque», un cómic repleto de historias terroríficas y perturbadoras.
Imposible saber qué fue antes, el huevo o la gallina, pero lo que es innegable es que el cine, el formato hegemónico de finales del siglo XX (que ahora, al parecer, ha pasado el testigo a los videojuegos), acabó por imponer unos modelos de ficción de líneas simplificadas: si era acción, tenía que ser hiper-musculada y descerebrada; si era melodrama femenino, tenía que ser nivel Bridget Jones; si era ciencia ficción, tenía que ser más ficción que ciencia… Y si era cine para niños, tenía que tratar a esos mismos niños como subnormales.
En esta bárbara depuración de líneas, la ficción para niños se vio despojada de algo que siempre había atesorado en su interior: la capacidad de aunar diferentes capas de sentido, de tal forma que por debajo del relato visible corrieran otras capas de aforismos morales capaz de helar la sangre de cualquier adulto. Ya sabes: La Sirenita convirtiéndose en espuma, el terrorífico Pedro Melenas alemán… El proceso de adocenamiento de Tim Burton es particularmente elocuente a este respecto: el que despuntó como maestro de lo gloomy con profundidad de campo acabó fagocitado por sus propios clichés, aplanados alarmantemente por la maquinaria hollywoodiense.
Pero tampoco es necesario ponerse apocalíptico aquí y ahora: lo que nos arrebató el cine (y Tim Burton y, sobre todo, la Disney), nos lo están devolviendo muchos otros autores. Y ya no sólo en el campo del celuloide… Un buen ejemplo de lo dicho es precisamente la deslumbrante forma en la que «Cruzando el Bosque» de Emily Carroll ha acaparado premios como el Eisner o el Ignatz, ambos en su edición del 2015, y distinciones en medios reputados como WIRED o PASTE Magazine. Y, sobre todo, lo que mejor ejemplifica lo dicho es la forma abrumadora en la que esta obra ha sido recibida por el público en general.
El hilo de oro que une las partes de «Cruzando el Bosque» de Emily Carroll es la temática, la ambientación, la paleta de emociones que se exhiben en carne viva y con festín de sangre.
No es para menos: con sus historietas cortas, Carroll consigue devolvernos la fascinación primigenia por aquellos cuentos infantiles que no eran como casas de caramelos, sino más bien como agujeros negros en medio del bosque. Agujeros que, cuando lanzabas tu mirada al vacío, te la devolvían de forma beligerante. Las coordenadas de «Cruzando el Bosque» están bien claras y, sobre todo, poderosamente ancladas en autores clásicos de horror gótico. Más Mary Shelley que Edgar Allan Poe, Emily Carroll ejecuta en este tomo un buen puñado de fábulas terroríficas que tienen su principal acierto en la diseminación inteligente del misterio y del terror.
Contra la necesidad de explicar todo de forma extremadamente clara y visible (algo que atenta directamente contra el misterio) y contra la voluntad de diluir el terror en las tibias aguas de la corrección política, «Cruzando el Bosque» propone una buena dosis de pildorazos de esos que se leen de una tirada y que te despiertan la mente y los sentidos. Los cuentos de Carroll apelan a un imaginario atemporal en el que viven los personajes clásicos de todo cuento: el bosque magnánimo se erige aquí como espacio inevitable para los mencionados misterio y terror. En ocasiones, la autora recurre al twist final para dejarnos helados, mientras que en otras historietas el horror se instala entre nosotros desde la primera viñeta y lo terrorífico es seguir leyendo, seguir avanzando.
Pero todo esto se quedaría en absolutamente nada sin la maestría de Emily Carroll a la hora de ilustrar sus historias. «Cruzando el Bosque» se abre con una imagen de una chica con una caperuza azul cruzando un bosque negro bajo una luna roja, y se cierra con la misma chica llegando a la casa de su abuela de nuevo con el mismo código cromático. Entre medias, todos los cuentos están ilustrados con un estilo a medio camino entre Gorey y el cómic gótico europeo y, sobre todo, siguen el mismo patrón de colores que actúa a modo de hilo de plata a la hora de unir unos con otros. El hilo de oro, a su vez, ya ha quedado explicado: la temática, la ambientación, la paleta de emociones que se exhiben en carne viva y con festín de sangre. [Más información en la web de Sapristi y en la de Emily Carroll]