Puede que, de entrada, no hubiera mucha esperanza para «Batman v Superman: El Amanecer de la Justicia»… Pero es que el resultado final es desastroso.
Empezaremos la casa por el tejado. Dicho de otra manera, hay miles de razones por las cuáles se puede abordar «Batman v Superman: El Amanecer de la Justicia» desde posturas críticas negativas. Por ello, permítanme descartar de entrada una de ellas. No por falsa, sino por obvia. Y es que criticar a Zack Snyder por hiperbólico o excesivo es como quejarse de lo contemplativo en un film de Béla Tarr. El problema no radica en la grandiosidad de la propuesta sino en lo que haces con ella, y es obvio que al director este film se le ha escapado de las manos fundamentalmente porque, detrás de tanta explosión, cada plano barroco, cada imagen espectacular (que las hay, y muchas) no se intuye ni tan siquiera la voluntad plasta y reiterativa de Nolan de hacer de cada frase un ejercicio de filosofía. Snyder tira más bien de frases sacadas de cualquier calendario o libro de Paulo Coelho en un vano intento de adornar una nada, una ausencia de corazón y alma que impregna cada uno de los fotogramas.
«Batman v Superman» es una sucesión de eventos, un continuo desfile de personajes, tramas y subtramas que intentan dar la sensación de que algo está ocurriendo. Y, efectivamente, cosas ocurren, sólo que mal narradas y peor explicitadas. La sensación global es de no saber muy bien qué hacer con tanto material disponible, y la única solución para ello pasa por montarlo todo al tuntún o, peor todavía, hacerlo sujeto a ciertas imposiciones comerciales que nada tienen que ver con lo meramente artístico. El ejemplo más claro de lo dicho está en la introducción absolutamente desconectada de todo lo demás de La Liga de la Justicia en una escena que bien podía haber sido resuelta a lo Marvel (es decir, con un post créditos), pero que da toda la sensación que ha sido así introducida precisamente por no imitar estilo y modus operandi de la productora rival.
Claro está que todo esto es pecata minuta en comparación al desaguisado global que supone un guión incapaz de establecer las conexiones necesarias, las relaciones y motivaciones que deberían hacer fluir la obra. Esencialmente, esto repercute en lo flagrante de las relaciones de causalidad que acaban convertidas en casualidades intragables y, casi por encima de todo, en la incapacidad de crear un arco dramático de relación entre personajes. Sólo hay que ver cómo se inicia y se finiquita la enemistad entre Batman y Superman… Por un lado, Batman acusando a al hombre de acero de lo mismo que hace exactamente él, sólo que a menor escala; por el otro, un Superman sorprendentemente pasivo, sin desarrollo psicológico alguno. Un conflicto/nadería que se resuelve con una palabra (no haremos spoiler) que los vincula familiarmente y que transforma a dos tipos que se estaban matando a palos por motivos aparentemente ideológicos en colegas de toda la vida.
Mención aparte merece el reparto. No entraremos en si Affleck era o no una buena elección para el papel, eso lo dejamos para la lucha de tuiteros en pos de ganar el premio al attention whore del año. Lo que sí queda demostrado en el film es que, sea como fuere, y probablemente debido a una mala dirección, la interpretación de un tipo que se supone torturado se limita a una exhibición de fruncimiento de ceño en modo restreñimiento profundo. No ahondaremos en lo de Henry Cavill, ya que de donde no hay no se puede sacar. Sí vale la pena, no obstante, detenernos en lo de Jesse Eisenberg: el actor no sólo tiene las frases más desternillantes en tanto ridículas, sino que su actuación parece una parodia de una parodia psicótica de lo que ya hizo en «La Red Social«. Una especie de Zuckerberg pasado de vueltas al que solo le falta gritar “¡Uhhhh! He inventado el Facebook, temblad todos”.
Resumiendo, «Batman v Superman» es un intento baldío de trasladar a la gran pantalla un enfrentamiento que, más que una exhibición de gadgets y poderes, debería ser una profundización en lo que significa la ética del superhéroe, de su condición de individuo por encima de las leyes humanas. Un enfrentamiento que debía ser más ideológico que físico y que acaba por devenir en un díptico farragoso entre filosofía de mercadillo y peli de acción sin sentido. Un desastre tan catedralicio como sus formas chirriantes. Un mecanismo de bisagra oxidada que provoca tanto estupor como bostezos.
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