«Tambor de Arranque» de Francisco Bitar es un libro que presenta el paraíso prometido que acaba truncándose más bien en una distopia.
En la novela «Tambor de Arranque» (publicada en nuestro país por la editorial Candaya), los personajes habitan el intricado paisaje claustrofóbico de los suburbios, atrapados en la miseria de las aspiraciones fallidas y la cobardía personal. “Desde el sillón, Leo pudo escuchar cómo Andrea le gritaba a su mujer (…). En la pantalla, la imagen estaba suspendida en un mundo que giraba silencioso sobre su propio eje”. Sus desgracias son banales: “No habíamos ahorrado un año entero para comprar un auto; queríamos una cama (…), uno de esos acolchados de colores que hacen pensar a quien se acuesta en un mundo feliz”. Sus tragedias, como sus vidas, son íntimas: “Yo apagué el motor. El auto quedó en silencio y tuve la impresión de que el pueblo también”. Su autor, Francisco Bitar (Santa Fe, Argentina, 1981), no nos ofrece consuelo a través de la redención. Al contrario, su novela se construye en torno a la parte más vulnerable de la pesadilla, el mundo distópico que ocupa, misteriosamente, el lugar del paraíso prometido.
A pesar de su aparente sencillez, «Tambor de Arranque» es una devastadora denuncia. Los personajes deambulan por un desierto emocional, deseando algo que son incapaces de lograr: “Leo estira la mano hasta los puchos; ese es su único movimiento durante lo que podríamos llamar la mañana, la porción del día anterior al almuerzo”. Atrapados en la apatía, sus vidas temporales se han convertido en permanentes: “Leo mira los restos de papel carbonizado que tiemblan sobre las baldosas”. Todo les resulta banal: “La bici queda tumbada. El oleaje del río cubre y descubre el asiento”. Sus existencias, de por sí ínfimas, menguan víctimas de la abulia: “Tomaba. Servía otro. Abría la puerta del congelador. Creía haber traído una cubetera de la casa de su exmujer. Pero capaz no. Capaz eso también había quedado allá”. Todos fuman, beben y argumentan en exceso. Todos son invariablemente infelices.
«Tambor de Arranque» se construye en torno a la parte más vulnerable de la pesadilla, el mundo distópico que ocupa, misteriosamente, el lugar del paraíso prometido.
No hay lugar en «Tambor de Arranque» para la fabulación lúdica y tramposa; Bitar es realista por naturaleza, heredero del estilo seco y conciso de Hemingway, del turbio minimalismo de Carver. Pero Bitar posee algo más: una especie de transparencia, casi una translucidez, que debe más a Fitzgerald que a los anteriores. Al igual que el autor de «El Gran Gatsby«, Bitar respeta el rigor del estilo, el dictum jamesiano de la brevedad y la iluminación. Sus personajes sueñan con vivir vidas más auténticas: “Isa estaba dormida esa noche pero (…) la canilla del baño no paraba de gotear. Era lo único en toda la casa que seguía con vida”. Rara vez consiguen sus sueños y, cuando lo hacen, sus fallas inherentes impiden cualquier posibilidad de satisfacción: “El tipo metió la bolsa en el Renault. Salieron a toda velocidad y la calle quedó en silencio. Mucho tiempo después volví a escuchar la gota”.
Autor de los libros de poemas «Negativos» (2007), «El Olimpo» (2009), «Ropa Vieja: La Muerte de una Estrella» (2011) y «The Volturno Poems» (2015); los libros de cuentos «Luces de Navidad» (2014) y «Acá Había Un Río» (2015); la crónica «Historia Oral de la Cerveza» (2015), Francisco Bitar recibió en el 2012 el Premio Ciudad de Rosario por «Tambor de Arranque«, donde se diría que la veracidad lo es todo; aun cuando, por fin, todo lo que queda es pensamiento atrofiado y esperanza marchita, el autor vuelve hacia esos restos un ojo implacable. En manos de un escritor menor, el resultado sería mórbido y deprimente. Hay algo edificante en la búsqueda de honestidad que lleva a cabo el argentino: para él, escribir es llorar. [José de María Romero Barea]