¿Quién dijo que las computadoras no tienen alma? Posiblemente algún ermitaño anclado en el tiempo, reacio al progreso, que no descubrió que los androides pueden soñar con ovejas eléctricas ni se dio cuenta de que sofisticados robots están cada vez más cerca de ocupar el lugar del ser humano. Sí, a veces se hace difícil distinguir lo natural de lo sintético, aunque démosle el beneficio de la duda a ese incrédulo y dejemos la cuestión en que el hombre todavía puede dominar a su antojo esos artilugios compuestos por chips prodigiosos. Jimmy LaValle, creador y mente pensante de The Album Leaf, es uno de esos tecnócratas que se dejan llevar por las máquinas. En su caso para crear música, siempre intentando captar el sonido de su corazón de silicio y de sus elementos más orgánicos. Toda una paradoja que inició hace más de diez años y que cambió de rumbo levemente al dejar en un segundo plano el uso del ordenador y echar mano de su banda de directo para elaborar su último álbum, “A Chorus Of Storytellers” (Sub Pop / PopStock!, 2010). Porque lo importante no es el proceso, sino el resultado.
Tampoco hay que olvidar el otro proyecto del compositor de San Diego, Tristeza. Como antiguo miembro de ese grupo, aún activo, no se olvida de su halo post-rock característico ni del significado de su propio nombre y derivados: melancolía, fragilidad, suavidad… Sensaciones también presentes en sus anteriores trabajos en solitario: “An Orchestrated Rise To Fall” (Tiger Style Records, 1999), “One Day I’ll Be On Time” (Tiger Style Records, 2001), “In A Safe Place” (Sub Pop, 2004) e “Into The Blue Again” (Sub Pop, 2006).
Con echar un vistazo a esos títulos ya se intuye por dónde van los tiros del quinto disco de LaValle, centrado en la búsqueda de rincones confortables donde construir un espacio propio y dejar que los aires otoñales lo ocupen (vale, el calendario dice que ya estamos en primavera, pero ni se nota).También tiene que ver el hecho de que este “coro de narradores” se haya grabado (al igual que sucedió con “In A Safe Place”) en el Sundlaugin Studio de Sigur Rós. No es casual que los islandeses sean una buena referencia para acotar los límites estilísticos de The Album Leaf, entre los que se mueven también The Notwist, Telefon Tel Aviv o múm.
Vamos, indietrónica pura y dura, para echar la lagrimilla si hace falta. Buena muestra de ello son las instrumentales “Blank Pages” y “Within Dreams”, que no necesitan más que unos cristalinos punteos de guitarra y unos dulces arreglos de cuerda para dar a entender lo que quieren transmitir. En la misma línea, “Stand Still” y “Summer Fog” se empeñan en traer a la memoria ese clásico de los mencionados The Notwist que es “Pick Up The Phone”, auténtico elogio al sentimiento de pérdida. El contrapunto lo ponen “There Is A Wind” (despojada de texturas electrónicas para dar protagonismo a la batería, el piano y la voz) y “Falling From The Sun”, cuyos mensajes son simples y directos: los vaivenes de la vida, que imitan el modo en que aparecen y desaparecen el viento y el sol. Menos mal que en el tramo final podemos guardar el pañuelo con el que tuvimos que secarnos los ojos y ver cómo el cielo gris se abre un poco. “Until The Last” recurre a cierta épica de andar por casa para elevar el espíritu, y “We Are” y “Almost There” aceleran el paso para proponer un mínimo atisbo de optimismo.
“A Chorus Of The Storytellers” transita en un juego de contrastes, en una contraposición de luces y sombras, que dan relieve a una sucesión de imágenes en blanco y negro, tirando por momentos a sepia, que posee la capacidad de ablandar corazoncitos duros como piedras. Jimmy LaValle hace tiempo que se convirtió en todo un héroe para pequeños perdedores que no necesitan canciones grandilocuentes para consolarse. Simplemente sonidos que les resulten cercanos y familiares, aunque provengan de un cerebro artificial que, eso sí, sabe enseñarnos cuál es la tecla que debemos pulsar para conmovernos. Así es como una computadora nos hace ver que puede encontrar su propia alma.