El argumento de «Cronomoto» no podría ser más fascinante… Por mucho que Kurt Vonnegut lo utilice tan sólo como trampolín hacia otros temas.
Resulta prácticamente imposible refutar el hecho de que el punto de partida de «Cronomoto» es uno de los más brillantes que vas a encontrar nunca… Este libro teoriza juguetonamente con la posibilidad de que exista un cronomoto o, lo que es lo mismo, una alteración en el contínuo temporal que provoca que, el 13 de febrero del año 2001 a las 2:27 de la tarde, el tiempo se contraiga y regrese hasta el 17 de febrero de 1991. El truco aquí es que los humanos son conscientes de la aliteración y, sobre todo, son conscientes de lo que han vivido estos diez últimos años, así que se ven totalmente encerrados dentro de la cáscara de sus cuerpos sin posibilidad de alterar lo ocurrido, repitiendo al dedillo lo que ya han vivido durante una década.
Es este un punto de partida que, de entrada, hace chanza de un concepto tan arraigado en la modernidad como el libre albedrío: ¿un libro protagonizado por todo un conjunto de personajes que no tienen libre albedrío, sino que se observan a sí mismos repitiendo los mismos errores una y otra vez sin posibilidad de tomar una decisión diferente? Vale. Es un punto de partida sugerente, pero totalmente disparatado. Y el mismo Kurt Vonnegut es consciente de ello: «En la tercera edición del «Oxford Dictionary of Quotations«, el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) comenta que la ‘fe poética’ es una «momentánea suspensión voluntaria de la incredulidad». Esta aceptación de una artimaña es esencial para disfrutar los poemas, y también las novelas, cuentos y obras dramáticas. Algunas afirmaciones de los escritores, en cambio, son demasiado absurdas para ser creídas«.
El acto de fe como motor de lectura es, más que probablemente, uno de los grandes contratos de la postmodernidad. Que se lo digan no sólo a los adictos al drama extremo (hola, Lars Von Trier), sino también a toda esa generación de renovadores del sci-fi que, con «Lost» a la cabeza (al fin y al cabo, J.J. Abrams siempre dijo que una de sus mayores influencias a la hora de crear esta serie fue «Matadero 5» de Vonnegut), llevan más de una década dignificando la «fi» de ficción a través de la «sci» de ciencia. Sea como sea, de nuevo está claro que «Cronomoto» demanda ese mismo acto de fe en el lector.
«Cronomoto» habla de cómo el imperativo laboral del marxismo, ese que dice que somos lo que trabajamos (no lo que comemos), se usó para enterrar cualquier ilusión de libertad en nuestras vidas.
La cuestión es que, sorprendentemente, el acto de fe no se demanda para pasar por alto la parte inverosímil del relato… En este caso en concreto, la fe es necesaria para perdonar a un Kurt Vonnegut que pone un caramelo en la boca del lector para quitárselo inmediatamente después. El punto de partida de «Cronomoto«, como decía más arriba, es mucho más que brillante. Pero no es mas que eso: un punto de partida que da paso a otros temas que nada tienen que ver con la alteración del continuo temporal.
«Cronomoto» es mucho más que el cronomoto en sí: es una re-escritura de la historia en la que al final nunca sabes qué fue real y qué es pura invención del autor. Es una nueva entrega del desdoblamiento de personalidad entre Kurt Vonnegut y su alter ego Kilgore Trout, siendo en esta ocasión Vonnegut el narrador y Trout el objeto de gran parte de la narración en calidad no de «personaje», sino de «conocido» al que se trata con cariño. Y, al fin y al cabo, «Cronomoto» también es una matrioshka de ficciones dentro de ficciones, con micro-relatos cortos (perfectamente enmarcados en la narración) como el de las tres hermanas que viven en un planeta lejano, dos creativas y una no, que acaban viendo cómo la no creativa crea la tecnología como método de acabar con las artes y la creatividad.
Y esto nos lleva a otra de las grandes obsesiones de Vonnegut: el ataque a la tecnocracia desaforada que nos ha tocado vivir. Lo deja bien claro en pasajes como el que sigue: «El compositor parapléjico protestó contra esa manía de obligar a la gente a competir con máquinas que eran más inteligentes. Pepper hizo esta pregunta retórica: ¿Por qué es tan importante que seamos humillados, con tanto ingenio y a tan alto costo? Nunca nos creímos gran cosa«. No. Nunca nos creímos gran cosa igual que los personajes de «Cronomoto» ven completamente ninguneada su importancia en el transcurrir de una historia que corre y corre lo quieran ellos o no.
Vonnegut nunca es una lectura fácil… Pero siempre es una lectura estimulante. Y, a este respecto, «Cronomoto» no es diferente a otras obras del autor: es un libro caótico y anárquico en el que las buenas ideas brillan con un fulgor cegador, aunque ese fulgor sólo dure unos instantes antes de pasar a otras cosas. Al fin y al cabo, es imposible no rendirse ante un libro que, una vez el tiempo del cronomoto llega al punto en el que todo se torció y la gente recupera el libre albedrío, introduce un mantra para evitar que la gente se vuelva loca con este nuevo exceso de libertad desacostumbrado: «Estabas enfermo, pero ahora te encuentras bien y hay trabajo pendiente«. O cómo el imperativo laboral del marxismo, ese que dice que somos lo que trabajamos (no lo que comemos), se usó para enterrar cualquier ilusión de libertad en nuestras vidas. [Más información en la web de la editorial Malpaso]