4. CINE SENSORIAL. «Gravity» ha cambiado las reglas del juego. O, cuando menos, las ha restablecido, demostrando que el cine sigue atrayendo a gente hacia la gran pantalla cuando la cualidad «gran» de esta pantalla está plenamente justificada. Si hay algo contra lo que la imperancia de la pequeña pantalla (y de la pantalla online) no puede competir es precisamente contra lo desbordante de ponerse delante de una pantalla gigante, contra las sensaciones que la pequeñez del espectador cinematográfico experimenta ante un espectáculo que siempre se ha presupuesto «más grande que la vida». Esta sensorialidad del cine es algo que el último Terrence Malick tiene más que interiorizado, pero que otros autores están explorando también en diferentes direcciones.
Varios de ellos, además, han podido disfrutarse en esta edición del Festival de Sitges. Shane Carruth, por ejemplo, convierte su «Upstream Color» en un festín de sensaciones táctiles y auditivas (además de bellamente visuales) donde un argumento elecuente y entrañable pero a todas luces lejos de la complejidad de «Primer» queda enterrado bajo la forma. Y, por su parte, Brillante Mendoza explora las posibilidades sensoriales del cine de posesiones en una muy irregular «Sapi» que acaba en agua de nadie al no llegar al nivel de las producciones más autorales del director ni al nivel de otras producciones de horror. Otras dos producciones, sin embargo, sí que consiguieron llevar abrir vía para el nuevo cine sensorial que está por venir.
ONLY GOD FORGIVES. La nueva película de Nicolas Winding Refn corre el serio peligro de ser comparada constantemente con «Drive» cuando lo que habría que hacer es más bien tender lazos desde ella hacia otras producciones anteriores en el filmografía del autor. O, mejor todavía, no buscarle comparaciones y entenderla como lo que es: una pieza audiovisual libre de los corsés argumentales habituales y que explora las posibilidades sensoriales del cine como medio de expresión de una experiencia violenta y estética (o más bien puramente esteta). La mayor parte de las secuencias de «Only God Forgives» están pensadas como una exploración estetoscópica del barroquismo visual oriental que ha engalanado muchas de las obras del cine de acción de las últimas décadas: Winding Refn compone sus planos a la manera de recargados cuadros rococó donde no hay espacio para el aire (igual que no parece haber aire para unos personajes occidentales asfixiados por el estricto código de honor oriental). Dentro de estos marcos sobrecargados, la violencia estalla con la precisión y concisión habituales en el director, convirtiendo las escenas más cruentas en algo bello, casi poético, pero sobre todo poderosamente sensorial. El espectador sólo tiene una salida: bascular entre el deleite estético y la vibrancia sensorial. Compararla con «Drive» es injusto: lo justo es ponerla a la cabeza de un nuevo cine que hay que ver en pantalla grande para comprender en toda su grandeza.
L’ÉTRANGE COULEUR DES LARMES DE TON CORPS. «L’Étrange Couleur Des Larmes De Ton Corps» es una ampliación del campo de batalla delimitado por «Amer«, la anterior cinta de Hélène Cattet y Bruno Forzani: si en su anterior trabajo la pareja homenajeaba el giallo con una trama silente que ponía toda la carne en el asador de la experiencia estética, en su nueva película exploran los mismos preceptos tanto a lo ancho (en un minutaje algo excesivo) como a la profundo. El argumento es simplísimo: un hombre llega a su casa, su esposa está desaparecida, empieza a una fuga psicotrópica en la que todos los vecinos del edificio parecen ocultar algo. Las referencias son igual de localizables: desde «Carretera Perdida» y el universo lynchiano hasta los múltiples thrillers pseudo-eróticos que en los 90 arrancaban bajo una premisa similar. Arrancando en esta línea de salida, sin embargo, Cattet y Forzani construyen un artefacto complejo que, a partir de la circularidad narrativa y formal (la escena en la que el interfono no deja de sonar y el protagonista va desdoblándose para abrir la puerta es sublime), acaba convirtiéndose en algo más conceptual que argumental. Da igual quién es el asesino, lo que realmente importa aquí es entender el edificio de «L’Étrange Couleur Des Larmes De Ton Corps» como un espacio mental en el que todo un conjunto de personajes se mueven laberínticamente abriendo puertas que les han de conducir hacia la aceptación del lado oscuro de la propia sexualidad. Es este, sin embargo, un concepto algo pajillero del que se puede presencindir si lo que uno quiere es abandonarse en los fuertes brazos de una propuesta formal impactante y única que lleva los sentidos (y a veces la capacidad de aguante) del espectador hasta el extremo.