2. VAMPIRISMO. Aquí sí que resulta imposible buscar una coartada esnobista… La preponderancia del vampirismo en la programación del Festival de Sitges 2013 no responde a ningún tipo de metáfora psicologista, a ningún miedo al prójimo en época de crisis ni nada parecido. Es, simple y llanamente, el eco reverberante y burbujeante de una tendencia que lleva tiempo resonando en diferentes capas de la subcultura. «True Blood» vendría a encabezar la fascinación del nuevo milenio televisivo por la ancestral figura del vampiro (aunque también de los licántropos, las brujas, las súcubos, las hadas y mucha otra flora y fauna de la mitología fantástica), con codas más o menos interesantes como «Being Human» o «The Vampire Chronicles«. Pero el cine, sin embargo, ya está mucho más de vueltas con un tema que fascinó en los albores del medio («Nosferatu«) y que ha ido viviendo aliteraciones periódicas como la que nos queda más cerca: aquella fiebre noventera por los colmillos y la palidez extrema que nos tocó vivir gracias a cintas como «Drácula, de Bram Stoker» o «Entrevista con el Vampiro«.
En la programación del Festival de Sitges 2013 han habido ilustres invitados vampíricos como ese «Byzantium» con el que Neil Jordan intenta darle una vuelta de tuerca al género para quedarse no a medio camino, sino al principio de todo por culpa de una realización lacia y autocomplaciente, con un exceso de ombliguismo que intenta darle bombo a una historia a la que le basta y le sobra con el «chas» de un platillo. Pero, de nuevo, lo más interesante a este respecto es comparar dos films que aborden la temática desde posiciones contrapuestas… Aunque, en este caso, lo reconozco, la comparación entre «Only Lovers Left Alive» y «We Are What We Are» haya que cogerla por los pelos.
ONLY LOVERS LEFT ALIVE. El hecho de que Jim Jarmush haya dirigido una película de vampiros es algo que ha sacado a muchos de su zona de confort: que el realizador de monumentos al cine indie norteamericano primigenio como «Flores Rotas» o «Extraños en el Paraíso» se haya dejado caer en los brazos de un género convocación tan mainstream es algo que no le perdonarán los fans más acérrimos. Pero cualquiera que conozca de cerca la filmografía de Jarmush sabe de su afición por retratar personajes preeminentemente bohemios que se autoexcluyen de una sociedad que no comprenden y que no les comprende. La bohemia sobrevive precisamente en una casta artística (musical, literaria, cinematográfica) a la que el director ya se acercó de forma frontal en su «Coffee and Cigarettes«… Así que, ¿dónde está la incoherencia de este nuevo Jarmush que, más que de vampiros, se centra en una visión romántica (casi novelesca) del arte y su dificultad para sobrevivir en el mundo moderno? Los vampiros de Jarmush, esos Adán y Eva interpretados de forma magnética por Tom Hiddlestone y Tilda Swinton, no sólo son los padres de una humanidad a la que ellos tildan de «zombies», sino que también son los defensores últimos del arte romántico (y del romance artístico) como sublimación de la belleza.
WE ARE WHAT WE ARE. «We Are What We Are» no es una película de vampiros: es una película de caníbales. Pero es evidente que Jim Mickle se aproxima a su historia siguiendo unos parámetros muy vampirescos: el tono general del film es de una languidez dulcemente poética, las protagonistas lucen una palidez extrema y, sobre todo, el argumento gira en torno a un núcleo familiar que no sólo se nutre de otras personas, sino que se auto-margina como micro-comunidad de tradiciones litúrgicas firmes y sólidas en la que se perpetua el «somos lo que somos» en contra de una sociedad que no debe conocer nunca bajo ningún concepto la verdadera naturaleza de sus miembros. El canibalismo, además, acaba explotando en una escena final sublime e impactante en el que las hijas de la familia acaban alimentándose de un cuerpo (no diré más para no espoilear) recordando a la brutalidad sensual y paradójicamente bella de aquellas vampiras que atacaban a Keanu Reeves en «Drácula, de Bram Stoker«. «We Are What We Are» es, al fin y al cabo, una película de vampiros sin vampiros, con una banda sonora que ayuda a sublimar el dramatismo rural y romántico del entorno en el que vive la familia y, sobre todo, con una factura estética que sorprenderá a los que se acerquen al film esperando que un acto tan bestial como el canibalismo se retrate de forma descarnada. Mickle opta por todo lo contrario… Y sale vivo y vencedor del intento.